viernes, abril 04, 2014

LUIS SERRADA: UN GUDARI DE ORILLAS DEL EBRO




Sigue viviendo en la tierra que le acogió en Iparralde, aunque a menudo suele venir a visitar su querido Gasteiz, capitán de gudaris del batallón “Araba” reconocido con el mismo grado en el ejército republicano, Luis, ha sido y es sobre todo un indomable luchador de la causa vasca a la que nunca ha renunciado.

Sigue siendo fiel al PNV del gobierno de José Antonio Aguirre. La traición de los americanos, la acomodación de los cansados, la llegada de los oportunistas y advenedizos no ha hecho cambiar las convicciones de este capitán de gudaris que sigue creyendo que Euskadi es la patria de los vascos. .

Los recuerdos de un capitán de gudaris.


-“Soy de Puentelarrá, junto al Ebro y en la muga de Burgos. Allí nací en 1913 aunque para los 9 años vivía ya en Gasteiz. En Puentelarrá fue también dónde sacaron “a pasear” a mi padre y a mi hermano una noche del año 36. Los mataron cerca de Miranda simplemente por ser familiares míos.

- ¿Cuándo llegó tu politización?

-Mira, yo, a pesar de ser un crio en el pueblo ya empezaba a saber cosas de la historia y de la política, comenzando por que contaba mi abuela que se había casado después de haber estado presa en Aramaiona por los carlistas cuando mi abuelo luchaba como comandante de la plaza de Aramaiona.

- Todavía no habías salido del pueblo.
 
- No. Recuerdo que en el año 20, cuando la guerra de África y el desastre de Anual, el maestro me castigó en la escuela por querer explicar que tenían razón los moros por defender su territorio.

- y luego te trajeron a Gasteiz.

- Sí. Estudié en el colegio de San Viator. Iban a llevarme de fraile cuando tenía 12 años. Si no iba de fraile me metían a trabajar en una zapatería. Preferí el trabajo y me metieron en la casa Laza.

- Así que desde pequeño empiezas el currelo.

- Sí, estaba prohibido para los niños y si había una inspección nos tenían que ocultar.

- Es en el ambiente de trabajo donde te politizas del todo.

- Así es, recuerdo todavía como en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, se andaba con panfletos clandestinos y cuando hablábamos de las brutalidades de Martínez Anido. Yo era un chaval pero leía mucho y todas las conversaciones con mi abuela y los libros que había visto en casa del abuelo en Espejo me hicieron decantarme muy pronto por el nacionalismo.

- ¿y sindicalmente cómo respirabas?

- Mira, en el 28 estuve a punto de entrar en la UGT pero me decidí por los sindicatos cristianos. Luego me desengañe también de ellos y trabajaba más por mi cuenta hasta que en el 32 entré de lleno en la Solidaridad de Trabajadores Vascos, ELA.

- ¿Eres pues uno de los “solidarios” históricos?

- Sí, enseguida pasé a ocupara la presidencia de la Agrupación de oficios varios.

-¿viviste entonces la República y los acontecimientos más importantes desde las filas sindicales?

- Claro. Puedo contar cosas muy interesantes de nuestra participación importantísima en frustrar e impedir el triunfo del golpe de Sanjurjo en Vitoria el año 32…

- ¿Y las huelgas del 34?

- También. Entonces me detuvieron a mi; creo que en represalia a las huelgas que habíamos sacado adelante en los meses anteriores. Me metieron 1800 pts. de multa y me desterraron de Buitrago. 

- Vuestro contacto con el PNV y las juventudes vascas ¿era muy grande desde ELA?

- Claro, en principio estábamos todos de acuerdo. Cuando las elecciones del 16 de febrero del 36, hubo unos momentos difíciles porque la derecha alavesa de Oriol intentaba crear una especie de alianza con la que como es lógico estábamos en absoluto desacuerdo. Se impuso el sentido común y Javier Landaburu dio el corte y nos presentamos solos.

- Y el estallido del golpe militar franquista ¿no lo veíais venir?

- Claro que lo veíamos pero nadie se lo quería creer. Por otra parte, estábamos atados de pies y manos. No teníamos la más mínima autonomía y no podíamos actuar. Está el caso de Fortunato Aguirre, el alcalde de Estella, que vio a Mola y a los suyos preparándose. Informó a Madrid ero de allí sólo le pidieron calma. Y el alcalde de Estella podía haberles detenido a todos. 

- El problema es que nadie pensaba que podía llegarse a lo que se llegó.

- ¡Ahí está! Todo eran rumores pero nadie se imaginaba la gravedad de lo que se nos echaba encima. Yo en cambio estaba muy alarmado porque conocía a los fascistas y sabia de lo que eran capaces. Recuerdo haber hablado con San Miguel, el presidente del Frente Popular de Vitoria, al que luego asesinaron. El hombre seguía siendo incrédulo y todo lo más que pensaba era que podría ser un pequeño golpe de militares sin muchas repercusiones. Pero no sólo era San Miguel el confiado. Recuerdo mis discusiones con Abaitua, Álava, etc.… de aquellos días y lo cierto es que no preveían la gravedad del golpe.

- Y llega el 18 de julio.

- Bueno, yo entonces trabajaba de suplente en la hoja de Araba del periódico “Euzkadi” y eso me dio pie para meterme en el gobierno civil. Fuera había unas 300 ó 400 personas pidiendo armas. Ramón Navarro, que era el gobernador, me recibió con la cara muy pálida. Le expliqué lo de la gente que pedía armas y me contestó casi con un gesto: “ ¿qué quieres? Solo tenemos 7 u 8 fusiles!”. Me di cuenta que las cosas estaban muy mal. Mal y bajando las escaleras me crucé con Espinosa, teniente de la guardia de asalto que acababa de detener a su capitán. Tuve la suerte de que no me reconoció porque de otra forma no lo hubiera contado.

- ¿Te escondiste inmediatamente?

- Bueno, las cosas andaban todavía confusas. Al día siguiente salí a la calle y me encontré con requetés por todos los lados. Por ejemplo, el delegado de trabajo, Silva, socialista él, que el día 19 ya estaba vestido de falangista por la calle Dato.

- ¿Qué hiciste entonces?

- Hice correr que me había escapado a Bilbao con un grupo de boxeadores vizcaínos que volvían aquel día y me quedé a la expectativa para seguir los acontecimientos.

¿Fuiste testigo de los intentos de los fascistas por atraerse el PNV de Álava?

Bueno, yo sé las presiones que hacían algunos dirigentes para que animasen a las bases a colaborar con el alzamiento de los fascistas pero lo cierto es que se resistieron con honradez y así algunos lo pagaron con sus vidas. 

¿Pasaste a la clandestinidad?

En realidad lo único que hacíamos era cuidar nuestros movimientos y que no se nos viese en público. Así hasta el día 25 en que me pareció que aquello se estaba poniendo muy peligroso y me decidí a escapar. Recuerdo que estuve un poco antes en las Cercas Bajas con Landaburu, Ibarrondo y los del Araba Buru Batzar. Eran las tres de la tarde y salí andando solo hacia la carretera de Murguia. Delante, a 1 km iba otro amigo y otro, Estavillo, 1 km atrás. 

¿Teníais un plan concreto?

La idea era pasar por el Gorbea pero lo primero era llegar a Murguia. Allí nos tuvo en su casa un médico que fue el que nos encaminó por el monte. Creo que después lo mataron los fascistas cuando se enteraron de que ayudaba a escapar a los de Vitoria. 

Sería una caminata peligrosa.

Muy peligrosa porque en el monte había patrullas de requetés y de falangistas. Nosotros tuvimos suerte y logramos pasar a Vizcaya sin pérdidas. Precisamente, al ver el peligro que corrían los que querían escaparse, se habló de montar unos servicios de ayuda en el Gorbea. Fui allí donde cayó unos días después el amigo Estavillo, al que llevarían a Vitoria a fusilar. Recuerdo que en Bilbao le recomendé que llevara pistola pero no hizo caso.

Y ya estás en Bilbao. ¿Qué haces en ese momento?

En primer lugar reagruparnos, buscar a los compañeros de Juventudes vascas y Solidaridad. Como primera tarea a casi todos los que veníamos de Vitoria nos ponen en el parque móvil a ocuparnos de los camiones. Hasta septiembre no nos organizamos en compañías dentro del batallón “Araba”.

¿Y vuestras acciones en campaña?

En el frente de Elgueta, en los “Txintxortas”. Lo más curioso es que en frente teníamos al regimiento “América” de Solchaga, con el que yo había hecho la mili un año antes en Pamplona.

¿Cómo sabías que eran ellos?

Era un frente muy cercano y hasta podíamos hablarnos. Un día cayó prisionero un pobre chaval gallego que yo había conocido en mi misma compañía en Pamplona. Me decía todo asustado ¿me van a fusilar? Y lo mandamos a Marquina para que ayudase en las cocinas en servicios auxiliares. 

¿Y después de Elgueta?

Los del “Araba” estuvimos en primera línea de la ofensiva de Legutiano. Teníamos una gran ilusión. Soñábamos en recuperar Gasteiz. Fue muy duro el desastre de Villarreal. Hubo gran descoordinación. Nos quedamos sin víveres y sin municiones. En un momento los tanques orugas nuestros que iban detrás disparaban sobre nuestra avanzada.

¿Alguna escena que te quedó más clavada?

No puedo olvidar la despedida del teniente Constan (Constantino Fernández, un vitoriano que había trabajado de camarero en el Eusko Gaztedi). Estábamos en Ollerías. Eran las 7 de la mañana. Íbamos a lanzar un ataque decisivo sobre Villarreal. Me dio un abrazo y me dijo: “llegar a Gasteiz, darle un abrazo a mi madre, y luego no me importa que me maten”. Dos horas más tarde caía acribillado al atravesar el rio de Legutiano. 

Otro recuerdo impresionante es cuando después de tres días de quedar medio incomunicados los que estaban en la avanzada, pude volver con munición y víveres con dos enlaces. Llegué a un lado de la carretera cerca ya de Villarreal y allí encontré un pequeños destacamento que comandaba por heridas y muertes de todos los mandos, un cabo. Este cabo era hermano de Quincoces, el futbolista internacional del Alavés. Le pregunto a ver cómo andan de munición y me dice: “éstos tienen cada uno cinco cartuchos para su fusil.” Y tú?- le pregunto. “Yo no tengo. Me pensaba defender o atacar con la bayoneta.”

Aquello estaba muy mal. Era una situación insostenible. Decidimos hacer el relevo y volvernos todo el batallón a Amurrio, donde estaba el comandante. Les cayó de sorpresa pero tuvieron que aceptarlo. Fue entonces cuando nos pusieron de comandante del “Araba” a Barañán. 

¿Y después?

Siempre en el “Araba” nos mantuvimos con base en Amurrio y Llodio hasta que nos pasaron a frente de Munguia, luchando entre el Bizkargi y el Sollube. Por cierto que allí tuvimos una ocasión de las que pueden hacer cambiar el signo de una guerra. Por una casualidad tuvimos al alcance de la mano a Mola, tres días antes de su accidente aéreo. Era en Morga y se conoce que estaba de visita en una posición avanzada. El problema era que yo no tenía hombres suficientes para haberlos envuelto y capturarles. Hubiese sido importante haberlo hecho prisionero en aquel momento.

¿Tenías ya mando en el “Araba”?

Sí, había sido sargento, teniente y capitán. Fue entonces, después de lo de Munguia cuando nos mandaron a la escuela militar de Bilbao a uno de cada batallón para confirmarnos oficialmente nuestros grados en el escalafón del ejército de la república.

Y eso con el frente a dos pasos de Bilbao.

Sí, la academia era en Deusto y nos comíamos de nervios con las ganas de participar de nuevo en el frente. Allí conviví por ejemplo con el comandante Ordoqui, que era un valiente y no estaba de acuerdo con pasar tanto tiempo en Bilbao. Más de una vez se escapó de la academia para subir a Artxanda a apoyar en el frente cada vez más hostigado y agobiado.

¿Cuándo os dieron el nombramiento?

Fue ya después de evacuar Bilbao. Los exámenes nos los hicieron en el cuartel general de Carranza. Algunos no estábamos muy de acuerdo con aquellas estrellas del ejército republicano español. Pensábamos que deberían ser pura y simplemente del ejército vasco. Para mi seguía siendo lo mismo, ahora capitán con nombramiento del ejército republicano que antes capitán del “Araba”. 

¿Y volviste al “Araba”?

Bueno, había que intentar reorganizar los restos del “Araba” y del “Itxarkundia” para hacer un nuevo batallón, el “San Andrés”.

Pero ya estabais en plena retirada…

Sí, eran los últimos momentos del ejército vasco. Con el batallón San Andrés, sin embargo nos fuimos a Saltacaballos en Castro para hacer una última defensa. Sin embargo, nos dieron la orden de retirada a Santoña.

Allí fue la rendición y el famoso pacto.

Sí, yo recuerdo que fue el comandante Gorroño el que hacía de enlace con la Junta de defensa y él fue el que me comunicó la mala nueva. Eran las 12 del mediodía del 26 de octubre. Me dijo” para las 5 de la tarde hay que entregar las armas y el batallón tiene que salir para Laredo desarmado.” Me quedé de piedra. Me puse en contacto enseguida con Lurgorri, que era el comisario y le dije que él tendría que explicar el asunto al batallón y sobre todo a mi sección que estaba allí, junto al convento de Moteano. Muchos de ellos querían continuar la lucha y de otros nos temíamos el suicidio. Sabíamos que los batallones santanderinos habían fracasado en Reinosa y El Escudo y teníamos a los italianos ya a la vista en Colindres.

Fue Lurgorri el que en aquel momento supo mantener la calma y dar el sentido patriótico a aquella terrible rendición: “la guerra ha terminado aparentemente pero la lucha sigue. Algunos moriremos fusilados pero los demás continuarán adelante y Euskadi volverá a ser libre porque el gobierno vasco se va a mantener intacto y el pueblo continuará su camino a pesar de la adversidad”.

Dimos la orden de recoger los fusiles en montones. Algunos los tiraban al agua y para las 5,30 estábamos en Laredo. Con Gorroño fuimos hacia la jefatura italiana porque en aquel momento lo importante era evitar que los requetés fusilaran en el acto o sacaran de nuestras filas a individuos concretos para rematarlos como era su deseo. Conseguimos que los italianos patrullasen y se evitó una masacre.

Pero al final los italianos os entregaron a los españoles.

Sí, no cumplieron sus promesas. Lo curioso es que yo caí en manos del regimiento “América” de Pamplona, el de Solchaga. Nos formaron en centuria a todos los oficiales. Cuando me preguntaron de que batallón era y respondí que del “San Andrés” se creyeron que estaba loco porque los rojos éramos todos ateos y herejes.

¿Quedasteis pues como prisioneros en manos de Franco?

El 11 de septiembre nos metieron en camiones para el penal del Dueso.

¿Mucho tiempo en el penal?

El día 30 me juzgaron. Lo hacían en grupos de 25-30 prisioneros. A mí me dieron reclusión perpetua y al poco me llevaron al Puerto de Santa María hasta el año 40 en que me sacaron con libertad atenuada.

Volviste a Vitoria.

Sí, volví a Gasteiz pero con muchos problemas. Me metí en el pueblo en Puentelarrá, cerca de los campos de concentración de Miranda y Sobrón, intentando echar una mano como se podía.

Pero ¿se podía hacer algo?

Era muy difícil. Había un terrible control. El año 45 me detuvieron de nuevo. Estuve en la cárcel de la calle Paz en Vitoria. Al acabar la guerra mundial y ver la postura de los americanos y que nosotros no hacíamos ya nada, decidí exiliarme a Baiona para ver si desde allí intentábamos hacer algo para recuperar a Euzkadi.

Es el momento de la traición de los americanos y del abandono a los vascos de las democracias.

Sí, fue un golpe tremendo. Para mi los acuerdos de Yalta fueron la raíz de nuestro fracaso. En el verano del 46 ya se empezó a ver claro que nuestra lucha estaba bloqueada. Éramos unas víctimas más de los Acuerdos antidemocráticos de Yalta. 

Pero en realidad ¿teníais alguna esperanza de que se pudiera luchar por una Euzkadi libre?

Esa era la idea. Tener brigadas vascas en la lucha contra Hitler. Unirse luego con los grupos de maquis y lanzarse en apoyo a la población vasca oprimida por Franco. Todo se vino abajo con lo de Yalta.

La moral estaba muy baja.

Demasiado. Caímos en la trampa con mucha facilidad. No se aprovechó la huelga del 47 como era debido. Había que hacerse valer y actuar en vez de estar a la espera de los americanos.

Criticas a los mandos del PNV.

Mira, yo sigo siendo del partido nacionalista vasco pero no tengo más remedio que avergonzarme de muchas de sus actuaciones. A veces ha faltado valor. Ahora mismos yo veo dentro de los dirigentes a muchos arribistas y oportunistas que no creen en lo que debe creer todo nacionalista vasco. Yo no sé si son infiltrados o aprovechados pero nos hacen mucho daño.

¿Estás de acuerdo con el Estatuto de Gernika de ahora?

Oye, a mí lo que me da más rabia es que alguien se preste a consolidar la ocupación que tenemos en Euskadi. Los vascos no podemos aceptar esa ocupación. El gobierno tiene que ser nuestro como en el 37.

Tenemos que conseguir que sea el pueblo, nuestro pueblo, el que decida su gobierno y que Navarra esté presente que para eso es nuestra madre. El partido nacionalista tiene que ir por ahí y si no será responsable de una gran traición.

Yo, a pesar de todo, confío en un futuro mejor como soñaba Lurgorri, en un futuro en el que todos nos encontremos libres en una patria vasca libre.

(Entrevista publicada en la revista "Punto y Hora de Euskalherria")