La jornada comenzó temprano en los tribunales de Comodoro Py. Las organizaciones nucleadas en Justicia YA! convocaron a una conferencia de prensa para denunciar el ataque sufrido por el querellante Mario Galvano . El ex detenido-desaparecido había sido golpeado el domingo por Juan Manuel Sánchez Toranzo, hijo del represor Carlos Sánchez Toranzo. El padre del agresor de Galvano está imputado por crímenes cometidos en la órbita del Primer Cuerpo de Ejército, como los que se están juzgando en este proceso. Además, Sánchez Toranzo estuvo relacionado con la "Noche de los lápices". El represor fue quien le dijo al sobreviviente Pablo Díaz que a María Claudia Falcone y a los demás jóvenes no los buscaran más porque ya habían sido fusilados.
Una vez en la sala del juicio, la abogada Myriam Bregman le informó al Tribunal acerca del ataque a Galvano e hizo referencia a amenazas sufridas por otra testigo. Los jueces tomaron constancia de la denuncia, tal como manifestaron.
Mansión Seré
El primer turno para sentarse a declarar fue para Pilar Calveiro, ex detenida- desaparecida que detalló su paso por Mansión Seré, la comisaría de Castelar, la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) y la casa del Servicio de Inteligencia Naval (SIN). El ex brigadier Hipólito Mariani está imputado por su privación ilegal de la libertad y la aplicación de tormentos.
Calveiro fue secuestrada el 7 de mayo de 1977 en la localidad de San Antonio de Padua. Había ido a hacer las compras y venía con su paraguas cuando un Ford Falcon azul la interceptó y comenzó el horror. Recordó los primeros pasos dados en un parque, el ascenso a través de una escalera de madera y los golpes: había llegado a Mansión Seré. "Me preguntaron por mi militancia, ante mi negativa me dejaron esposada y con los ojos vendados en una habitación del primer piso de la casa". Recién dos días después, llegó el grupo de tareas con la información acerca de quién era la detenida y comenzaron los tormentos.
Las torturas, además, iban a acompañadas de una ceremonia que podría tildarse de mística. "No faltaba un torturador cristiano que rezaba y confortaba a la víctima, instándola a que tuviera fe en dios mientras era atormentada", dejó asentado en su libro Poder y Desaparición. La moral, la religión y los peores de los crímenes del "occidente cristiano" cohabitaban. "En Mansión Seré, casi siempre, la tortura iba acompañada con la tortura sexual", relató.
En ese escrito, la politóloga ya se había referido a esa tendencia aberrante que se daba en ese centro clandestino de detención perteneciente a la Fuerza Aérea. "El abuso con fines informativos, el abuso para modelar y producir sujetos, el abuso arbitrario, todos atributos principales del poder pretendidamente total: saber todo, modelar todo, incluso la vida y la muerte, ser inapelable".
En el caso específico de Mansión Seré, el grupo operativo manejaba el poder que ostentaba sobre la vida y la muerte de los detenidos con "torpeza". Impericia que a Calveiro le permitió aflojarse la venda con la que tapaban sus ojos, asomarse por una ventana del baño y alcanzar a ver la avenida Rivadavia y escuchar al tren cuando se detenía en una estación. Datos que la llevaron a la conclusión que podía escaparse, siempre y cuando no hubiera una guardia externa. No la había pero el plan de fuga no prosperó. Un golpe reveló a sus captores el intento de Calveiro.
Golpeada, con múltiples fracturas fue subida a patadas por las escaleras de madera que había reconocido ese primer día. La dejaron dos días tirada en una habitación. En brazos, la trasladaron hasta la sala de torturas, donde comenzaron los tormentos y las vejaciones.
Finalmente, por su estado deteriorado de salud decidieron llevarla al hospital Aeronáutico Central. Allí fue atendida por médicos y enfermeros mientras continuaba tabicada y esposada. "Es evidente para todos que era una secuestrada", denunció.
Tiempo después fue trasladada en un camión celular a la comisaría de Castelar. La testigo remarcó que la patota que funcionaba en ese centro clandestino de detención era distinta a la de Seré o Atila. El grupo de tareas de la comisaría de Castelar se identificaba como provenientes de la Base Aérea de Morón. Tanto en Seré como en la comisaría había un elemento común: la pertenencia de las patotas a la Fuerza Aérea.
El derrotero de Calveiro se extendió con un traslado a la Escuela de Mecánica, donde era interrogada pero en calidad de "prestada" por otra fuerza. Dos meses después, fue llevada nuevamente a la comisaría de Castelar, lugar donde estuvo alojada en condiciones infrahumanas. "Recuerdo que dejaron de llevarnos comida. Las ratas circulaban entre nosotros. De hecho, yo me desperté un día con una rata en el pelo", detalló. En ese campo de concentración, fue interrogada por dos agentes del Servicio de Inteligencia de Aeronáutica. Finalmente, el itinerario del horror se completó con la casa del Servicio de Inteligencia Naval.
Del relato formulado ante el tribunal, se desprende la existencia de una ruta entre centros clandestinos de detención y una articulación entre los diferentes grupos de tareas. "Entiendo que Mansión Seré era un lugar de primera detención. Esto era un circuito", sostuvo. Además, agregó: "La comisaría de Castelar era una especie de destino final para muchos. Antes de la transferencia, tomaron nuestros datos. Es como si hicieran una ficha con cada uno". La testigo con sus dichos aportó para probar que existió un registro del plan genocida: "Realizaban estas fichas como última constancia de la eliminación". Dentro del circuito represivo, mencionó a la base aérea del Palomar y Morón, al chalet del hospital Posadas y a la comisaría de Moreno.
Así Calveiro cumplió con lo que obsesionó a los que pasaron por los campos de concentración: "dar testimonio", como reconoce en su libro Poder y Desaparición.
"Fue un genocidio"
Zoraida Martín fue la siguiente testigo en declarar y relatar su calvario en los centros clandestinos de detención que funcionaron en la zona oeste del Gran Buenos Aires. "Sí, juro por los 30000 desaparecidos", le dijo al tribunal al momento de comenzar con su testimonio.
Martín tenía sólo 17 años cuando fue secuestrada en Mendoza y trasladada en avión a la base aérea de Palomar; después, a Mansión Seré. Ya había tenido noticias del plan macabro de la dictadura cuando fue secuestrada su hermana de 14 años. El horror había comenzado.
La testigo relató las feroces torturas a las que fue sometida en ese campo de detención. "Fui militante política y lo soy pero de la tortura no tenía ni idea. Nunca pensé que podía llegar a sufrir esto". A pesar de las sesiones con picana eléctrica y las golpizas, reconoció que no pedía agua porque sabía lo que podía ocasionarle. "Mi decisión era vivir", afirmó.
Al igual que Calveiro se refirió a la radio que funcionaba en el primer piso de la casona de Castelar. "De Mansión a Base", era el mensaje. Se empleaba ese transmisor para pedir refuerzos para algún operativo de la patota o para avisar que había algún "paquete", como se referían a los detenidos que estaban en pésimas condiciones por las sesiones de tortura. La radio era evidencia de la coordinación entre los distintos grupos represivos.
"Para mí funcionó claramente el circuito represivo del Oeste porque lo viví en carne propia. Me fueron trasladando de un lugar a otro", afirmó. Asimismo, Martín se refirió a la puesta en práctica de un plan exterminador por parte de la dictadura: "Puedo decir que esto fue un genocidio porque todos mis compañeros no están".
(Kaos en la Red / AnRed)