Cuando el calendario nos lleva al 11 de septiembre rápidamente nos
recuerda aquel día de 2001, al igual que el 23 de febrero nos lleva
directamente a 1981. En Vitoria el 3 de marzo es una fecha asociada irremediablemente a un año: 1976.
Porque lo que ocurrió durante aquel mes de marzo afectó a todos los
vitorianos de la época. Fue un ataque desproporcionado de las fuerzas de
seguridad contra unos trabajadores que protestaban por las condiciones
laborales y salariales de sus puestos de trabajo. Porque prácticamente
todos los gasteiztarras tenemos algún amigo o familiar que estuvo allí,
en la Iglesia de San Francisco.
Protesta laboral y económica
Durante los días anteriores al fatídico tres de marzo las huelgas y
protestas en las empresas vitorianas fueron una constante. Huelgas
ilegales, ya que no existía el derecho de reunión ni tampoco el de
asociación. Forjas Alavesas fue la primera en sufrir las huelgas, a las
que se unieron trabajadores de empresas de toda la ciudad. Prácticamente
todas las fábricas estaban en huelga para reclamar una mejora de los
derechos.
El 3 de marzo, Miércoles de Ceniza, fue un día en el
que se había convocado un paro general en Vitoria, liderado por los
anticapitalistas. Por aquel entonces los sindicatos estaban empezando,
pero no tenían una base muy fuerte. Al igual que en jornadas anteriores,
se convocó una asamblea en la Iglesia de San Francisco. Sin embargo, en
este caso fue mucho más mayoritaria. Allí fueron la mayoría de los
trabajadores de las empresas alavesas a primera hora de la tarde, tras
haberse registrado durante la mañana algunas cargas en el centro de la
ciudad. Miles de personas se reunieron en un templo que se quedó
pequeño. La Iglesia permanecía rodeada por los grises, al igual que en
otras jornadas. Sin embargo, la situación era distinta. Desde provincias
limítrofes fueron llegado algunos refuerzos policiales para acabar con
unas huelgas que sólo tenían un objetivo económico y laboral, pero para
nada político.
Poco antes de las cinco de la tarde, la iglesia
estaba repleta de trabajadores, reunidos en asamblea. Para los más
jóvenes, la situación puede recordar a las asambleas que en desde 2011
se han repetido en miles de plazas de todo el mundo, en torno al 15M.
Desde la radio de la Policía se lanzó una orden clara: “A por ellos“,
había que “desalojar todo lo desalojable”. Tras varias conversaciones
entre mandos policiales, que ponen los pelos de punta, se atacó la
iglesia, pese a que los mandos desplazados hasta el lugar insistieron
en que no había provocación por parte de los manifestantes.
De
repente, los allí reunidos empezaron a escuchar disparos provenientes
del exterior. Se rompieron los cristales, se lanzaron botes de humo, y
la gente empezó a salir corriendo. A la salida de los vitorianos, la
policía disparaba sin piedad, a la masa. Los allí congregados empezaron a
huir, por la calle Fermín Lasuen, en dirección opuesta al Parque del
Norte. Acudieron a refugiarse en los pisos de alrededor. Los vecinos de
Zaramaga, la mayoría de ellos trabajadores, abrieron los portales, y
dejaron a los concentrados esconderse en armarios, camas y cualquier
otro lugar de sus casas.
La Policía no dejó de disparar hasta
haber disuelto toda la concentración. Una vez desalojada la Iglesia,
decenas de vitorianos quedaron heridos por el fuego de los disparos,
mientras que cinco de ellos fueron asesinados. Dos murieron en Zaramaga y
otros tres lo hicieron en días posteriores.
La conmoción fue
total en la ciudad, que tras el shock inicial se dirigió en masa hasta
la Clínica Arana para donar sangre con la que ayudar a los heridos.
Desde allí, la mayoría de la gente acudió a sus casas, y en la noche del
3 de marzo la ciudad parecía un auténtico desierto.
Durante
esa noche, llegaron a Vitoria nuevos refuerzos policiales de las
provincias limítrofes, que intentaron imponer el orden, tras “haber
disparado mil tiros y contribuir a la paliza más grande de la historia”.
Pero no lograron evitar el multitudinario funeral a los asesinados.
Toda la ciudad, sin miedo, se echó a la calle para arropar a los
asesinados, quienes fueron llevados a hombros ante fuertes dispositivos
de seguridad.
Durante los meses siguientes, la tensión en
Vitoria fue enorme. Baste como ejemplo que, ese año, los Blusas no
salieron en La Blanca. La indignación fue evidente porque en ningún
momento se investigó la actuación de las Fuerzas de Seguridad del
Estado. Manuel Fraga, ministro de la Gobernación en aquellas fechas, es
considerado el responsable último de esa actuación. Hay quien considera
que fue él quien dio la orden de disparar contra los manifestantes.
Todos esos sucesos siguen presentes en la ciudad y en la memoria de
muchos vitorianos. Si tienes menos de 40 años y no viviste estos
acontecimientos, probablemente tengas a tu lado a alguien que estuvo
allí ese día. Pídele que te lo cuente, porque la mejor forma de revivir
la historia es conocerla de primera mano.