A
casi cuatro meses de conmemorarse 36 años de la muerte del destacado
folclorista chileno, el tesón de su viuda Joan Turner y de sus hijas,
logró que la investigación judicial llegara al punto que se creía
imposible: individualizar al grupo de oficiales y conscriptos que
perpetraron el asesinato. Las confesiones de los involucrados, entre
ellos un conscripto que participó en forma directa en el crimen,
permiten conocer las estremecedoras últimas horas de vida de Víctor Jara
y la forma en cómo lo mataron en uno de los camarines del subterráneo
del Estadio Chile. También la historia nunca antes contada de cómo se
rescató su cuerpo desde la Morgue. Junto al artista, fueron acribilladas
otras 15 personas, entre los que se encontraba el ex Director de
Prisiones, Litre Quiroga. Los detalles del homicidio fueron recabados en
la presente investigación de CIPER.
A casi cuatro meses de conmemorarse 36 años
de la muerte del destacado folclorista chileno, el tesón de su viuda
Joan Turner y de sus hijas, logró que la investigación judicial llegara
al punto que se creía imposible: individualizar al grupo de oficiales y
conscriptos que perpetraron el asesinato. Las confesiones de los
involucrados, entre ellos un conscripto que participó en forma directa
en el crimen, permiten conocer las estremecedoras últimas horas de vida
de Víctor Jara: un subteniente jugó a la ruleta rusa con él hasta que le
descerrajó un tiro en su cabeza. Después ordenaron acribillarlo en un
camarín de un subterráneo del Estadio Chile. También revelamos la
historia nunca antes contada de cómo se rescató su cuerpo desde la
Morgue. Junto al artista, fueron acribilladas otras 15 personas, entre
los que se encontraba el ex Director de Prisiones, Litre Quiroga. Los
detalles del homicidio fueron recabados en la presente investigación de
CIPER.
El caos, la incertidumbre y el miedo que reinaron en el país durante
los primeros días tras el golpe militar de 1973 parecían, hasta ahora,
haberse conjugado de manera perfecta para que el asesinato del destacado
folclorista Víctor Jara siguiera siendo un enigma judicial, llevando
incluso al juez que instruye el proceso, Juan Eduardo Fuentes, a cerrar
el caso a mediados del año pasado, con un solo procesado como
responsable del crimen: el comandante (r) César Manríquez Bravo, jefe del improvisado campo de prisioneros que se instaló en el Estadio Chile a partir del 12 de septiembre de ese año.
La decisión del magistrado fue cuestionada por los querellantes del
caso, quienes incluso obtuvieron el respaldo del entonces subsecretario
del Interior Felipe Harboe, para pedir la reapertura de la
investigación, llamado al que se sumaron varios parlamentarios de la
Concertación. La urgencia por revocar la decisión de Fuentes fue tal que
incluso la autoridad gubernamental se sumó al emplazamiento público que
hizo la viuda del artista, Joan Turner, para que cualquiera de las
cerca de 6.000 personas que pasaron por el recinto deportivo en esa
fecha (entre detenidos y uniformados), que pudiera tener antecedentes
del asesinato se acercara a entregarlos, incluso, bajo la más estricta
reserva.
Nelson Caucoto, abogado de la familia Jara Turner, relata que se
recibieron muchas colaboraciones que podían aportar a esclarecer el
homicidio, lo cual le permitió presentar un escrito solicitando más de
90 nuevas diligencias al juez. Y Juan Eduardo Fuentes reabrió el caso.
Sin embargo, ninguno de estos datos entregó pistas concretas para
llegar a los responsables del crimen, cuyas identidades quedaron bajo el
secreto de un grupo reducido de oficiales y conscriptos que estuvieron a
cargo de interrogar a los detenidos en los camarines ubicados en los
subterráneos del Estadio Chile. Fue la exhaustiva búsqueda de los
conscriptos de distintos regimientos que estuvieron después del golpe en
el Estadio Chile, la que terminó por dar las pistas de quienes fueron
los uniformados que ultimaron con ráfagas de fusil a los cerca de 15
detenidos -entre ellos Víctor Jara- que fueron apartados de los
restantes prisioneros al producirse su traslado al Estadio Nacional,
entre el 16 y 17 de septiembre de 1973.
Las primeras horas del final
En
la madrugada del 11 de septiembre de 1973, personal de varios
Regimientos militares ubicados en regiones se trasladaron a Santiago,
bajo la excusa de realizar los preparativos de la Parada Militar, para
conmemorar el día de las Glorias del Ejército. Así arribaron a Santiago
las unidades de La Serena y el Maipo, las que se constituyeron en el
Regimiento Tacna. Otros efectivos provenientes de Calama y de la Escuela
de Ingenieros de Tejas Verdes – comandada por el coronel Manuel Contreras Sepúlveda,
quien a los pocos días iniciaría la organización de la Dirección de
Inteligencia Nacional (DINA)- lo hicieron en las dependencias de
Arsenales de Guerra.
Cerca de las cinco de la mañana de ese día, las tropas apostadas en
esta última repartición fueron informadas del golpe de Estado, bajo la
arenga del teniente Pedro Barrientos, quien los emplazó a participar en
la toma del territorio capitalino bajo la premisa que en esa misión no
habían rangos, que todos eran importantes en ese crucial y patriótico
acontecimiento. El episodio ha sido relatado en las declaraciones
judiciales de varios conscriptos de los regimientos Maipo y Tejas Verdes
que llegaron desde la Quinta Región.
Tras el bombardeo a La Moneda y la muerte de Salvador Allende, cerca
de 600 estudiantes y profesores se amotinaron en la Universidad Técnica
del Estado (UTE, actual USACH) para resistir la ocupación militar. Sin
llegar a producirse enfrentamientos, ya que casi no tenían armas, fue
muy poco el tiempo durante el cual pudieron oponerse a la entrada de los
uniformados.
Pasadas las dos de la tarde del 12 de septiembre comenzó el desalojo
de los académicos y alumnos. Entre escenas de gran violencia y
dramatismo fueron detenidos y trasladados al Estadio Chile. En ese grupo
se encontraba Víctor Jara Martínez, profesor de esa casa de estudios.
El procedimiento fue dirigido por el entonces capitán Marcelo Moren Brito,
quien luego se transformaría en uno de los más temidos agentes
operativos de la DINA. Al momento de ingresar al Estadio Chile,
convertido en campo de prisioneros, a los detenidos se les quitaban sus
especies de valor, se les anotaba su nombre y filiación política.
Antes de ello, durante la tarde del 11 de septiembre, después de
encargarse del funeral de Salvador Allende, el comandante César
Manríquez fue encomendado por el general Arturo Viveros
-jefe del Comando de Apoyo Logístico y Administrativo del Ejército
(CAE)- para crear el primer recinto de detención que se debía instalar
en el Estadio Chile. A la mañana siguiente, Manríquez se constituyó en
el recinto. Poco después comenzaron a llegar los miles de detenidos que
arribaban en buses de la locomoción colectiva y camiones del Ejército.
Según las propias declaraciones de Manríquez que, hasta ahora, era el
único procesado en el caso, lo ocurrido al interior del recinto
deportivo –construido sólo cuatro años antes de los hechos- era un
escenario “dantesco” debido a la gran cantidad de prisioneros (5.600, según sus cálculos).
El ex uniformado asegura que sólo contó con personal de apoyo del CAE
para custodiar el recinto, pero que en los subterráneos del edificio se
constituyeron oficiales de Inteligencia de las distintas Fuerzas
Armadas, cuyas identidades desconocía, ya que no habrían estado bajo su
mando.
Esa es la razón con la que justificó haber montado una escena de
terror para amedrentar a los detenidos. Colocó dos ametralladoras punto
50 –usadas en la Segunda Guerra Mundial- en los balcones del edificio,
las que eran publicitadas por los parlantes como las “sierras de Hitler,
capaz de partir a una persona en dos”. En el segundo piso también se
instalaron potentes focos de luz, que permanecían encendidos día y
noche, provocando que todos los que permanecieron al interior del
Estadio perdieran la noción del tiempo.
Los primeros días de encierro fueron caóticos, ya que incluso se
reventaron algunos alcantarillados, generando problemas de insalubridad.
Tampoco tenían alimentos ni para los soldados ni menos para los
prisioneros. La escasez de comida incluso provocó que los mismos
militares saquearan negocios aledaños al recinto. Sólo al cuarto día, el
16 de septiembre, se recibieron algunas raciones para los soldados,
según declaró el capitán David González Toro, encargado de abastecimiento del recinto.
Se
desconoce la hora a la que ese miércoles 12 de septiembre arribaron los
miembros de los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas. Lo
que sí se sabe es que, tras su llegada, comenzaron a interrogar a los
detenidos. Todo se anotaba en una ficha previamente confeccionada, donde
se consignaba el nombre, la cédula de identidad, domicilio, filiación
política, antecedentes de la detención y observaciones. En la parte
inferior del documento, se añadía un pronunciamiento del interrogador en
el que debía calificarlo como prisionero bajo las siguientes premisas:
ley de control de armas, marxista o comunista y sobre la necesidad o no
de someterlo a Consejo de Guerra.
Según diversos testigos que han declarado en el caso, previo al
traslado al Estadio Nacional hubo muchos hechos de violencia en contra
de los prisioneros. Se ha determinado que al menos tres personas habrían
perdido la vida en las graderías del recinto. Una persona de contextura
pequeña y delgada que muchos confundieron con un niño y que en un acto
de desesperación se abalanzó sobre un conscripto, quien reaccionó
descargando una ráfaga en su abdomen. Según testimonios, el comandante
Manríquez felicitó al soldado por su “heroica labor”. Otro prisionero se
lanzó del segundo piso gritando ¡Viva Allende!, mientras que un hombre joven fue muerto a golpes de culata en su cabeza por haberse negado a cumplir órdenes de los militares.
A esta cifra se suman otras 15 personas que habrían sido acribilladas
junto a Víctor Jara en los subterráneos del Estadio, según la confesión
del primer hombre en ser individualizado por la justicia como uno de
los autores del asesinato del destacado folclorista.
Los hombres de Tejas Verdes
En sus declaraciones, todos los conscriptos que viajaron desde la
Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes (dirigida entonces por el coronel
Manuel Contreras) a Arsenales de Guerra, en Santiago, coinciden en que
las tropas venían bajo el mando del capitán Germán Montero Valenzuela, sumando un contingente de aproximadamente un centenar de soldados y una veintena de oficiales.
El 12 de septiembre, al llegar al Estadio Chile, el contingente quedó
a cargo del comandante Mario Manríquez. Entre los oficiales que
participaron en esta misión, los conscriptos mencionan a los tenientes Nelson Haase y Rodrigo Rodríguez Fuschloger, y a un subteniente que tendrá un papel decisivo en el asesinato de Víctor Jara.
La primera confesión que obtuvo el juez Fuentes sobre el crimen fue la del ex conscripto José Alfonso Paredes Márquez
(55 años). El entonces joven de 18 años llegó a Santiago durante la
madrugada del 11 de septiembre de 1973, proveniente de la Escuela de
Ingenieros de Tejas Verdes, donde desde abril de ese año realizaba su
servicio militar.
Durante el día en que la vida de los chilenos se partió en dos, su sección fue enviada, al mando del teniente Pedro Barrientos, a custodiar el camino Padre Hurtado. Paredes dice haber sido una suerte de guardaespaldas del teniente Barrientos.
Al mediodía del 12 de septiembre, el contingente se trasladó, primero
a Arsenales de Guerra y luego a la Universidad Técnica (actual USACH).
Allí, pasadas las dos de la tarde, procedieron a trasladar a los
detenidos al Estadio Chile. El mencionado oficial, junto a Paredes,
acompañaron a bordo de un jeep la caravana de buses de la locomoción
colectiva que trasladaron a los prisioneros. Una vez la misión cumplida,
regresaron a Arsenales de Guerra.
El
16 de septiembre, cerca de las 18:00 horas, el escuadrón de militares
llegó hasta el Estadio Chile, donde se presentaron ante un oficial de
rango superior cuya identidad desconoce, quien les ordenó vigilar las
casetas de transmisión del recinto. Y en el interior del Estadio, los
otros conscriptos comentaban que ahí estaban detenidos el Director de
Prisiones, Litre Quiroga; el cantautor Víctor Jara y el Director de
Investigaciones, Eduardo “Coco” Paredes.
Siempre según la confesión de Paredes, al día siguiente fue enviado
al sector del subterráneo. Y permaneció como centinela en la puerta de
uno de los camarines destinados a los detenidos. En ese camarín había 5 ó
6 oficiales de otros regimientos, con tenida de combate, cuya identidad
desconoce. Los vio escribir en unos papeles los datos que le respondía
un detenido al que observó sentado frente a un escritorio. En otro
ángulo del camarín, Paredes vio a otros prisioneros mirando hacia la
pared.
Unas horas después, llegaron a la habitación el teniente Barrientos y
el subteniente que bajo las órdenes de Haase y Rodríguez estaba a cargo
de los conscriptos. Traían a un detenido. Fue entonces que dice haber
sido llamado, junto al conscripto Francisco Quiroz Quiroz
(55 años), y que se les comunicó que el detenido era Víctor Jara. El
grupo lo comenzó a insultar por su condición de comunista. Paredes lo
miró y lo reconoció. Víctor Jara quedó allí, en ese camarín, custodiado
por Quiroz.
Más tarde, recordará el principal testigo, el teniente Barrientos lo
mandó nuevamente al subterráneo, al mismo camarín. Pero esta vez Paredes
no encontró a nadie: ni interrogadores ni detenidos y tampoco a Víctor
Jara. Pasaron las horas hasta que Paredes vio nuevamente llegar a los
oficiales interrogadores. La orden fue precisa: traer a los detenidos
que figuraban en una lista que uno de los oficiales le entregó a un
cabo. Y nuevamente el mismo procedimiento: interrogatorio y las
anotaciones en cada una de las fichas.
Y llegó la noche. Paredes se encontraba de centinela en el mismo
camarín del subterráneo cuando observó el ingresó de unos quince
detenidos. Y entre ellos reconoció a Víctor Jara y también a Litre
Quiroga. Ambos fueron lanzados contra la pared. Detrás de los
prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al
subteniente que también estaba a cargo de los conscriptos. Y fue testigo
del minuto preciso en que el mismo subteniente comenzó a jugar a la
ruleta rusa con su revólver apoyado en la sien del cantautor. De allí
salió el primer tiro mortal que impactó en su cráneo.
El cuerpo de Víctor Jara cayó al suelo de costado. Paredes
observó cómo se convulsionaba. Y escuchó al subteniente ordenarle a él y
a los otros conscriptos que descargaran ráfagas de fusiles en el cuerpo
del artista. La orden se cumplió. Todo lo que ocurrió fue
presenciado por Nelson Haase, quien se encontraba sentado detrás del
escritorio de interrogación. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo
del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala en su cuerpo.
Pocos minutos después, el mismo subteniente que le disparó en la
cabeza solicitó el retiro del cuerpo. Llegaron unos enfermeros con
camilla, lo levantaron y metieron al interior de una bolsa y luego lo
cargaron hasta la parte trasera de un vehículo militar estacionado en el
patio del recinto, al costado nororiente.
No fue fácil para José Alfonso Paredes Márquez confesar ante el juez
lo que vio y protagonizó. Primero fue renuente a reconocer su real
participación en los hechos. Y finalmente se quebró, empezó su relato y
ya no paró. Este obrero de la construcción que fabrica casas en la zona
del litoral central, reveló haber guardado el secreto durante casi 36
años, sin siquiera habérselo contado a su mujer. También hizo una
aclaración ante el juez: durante los días posteriores al golpe, y como
trabajaban casi 24 horas al día, la oficialidad les entregaba
estimulantes para evitar el sueño y el hambre, por lo cual su relato
podía no ser exacto en las fechas.
Lo que Paredes y otros conscriptos sí recordaron fue lo que pasó
luego que el cuerpo de Víctor Jara desapareció del camarín. Los otros 14
detenidos que venían con el cantautor y director teatral fueron
acribillados con fusiles percutados por los propios conscriptos y
oficiales presentes. Entre las víctimas cayó asesinado Litre Quiroga.
Sus cuerpos también fueron cargados en el mismo vehículo. Poco después y
al amparo de la noche, todos ellos fueron abandonados en la vía
pública.
El último vía crucis de Víctor Jara
Durante
la reconstitución de los hechos, los testigos pudieron recrear el miedo
y el caos reinante en el Estadio Chile, clima al que tampoco escapaban.
Escenas que enlazadas permiten reconstruir en forma difusa las últimas
horas de vida de Víctor Jara y en las que aparecen nuevamente personajes
ya conocidos.
Durante sus cuatro días de cautiverio, Jara fue reconocido por un
oficial de Ejército que se hacía llamar “El Príncipe”. Otros testigos
señalan que ese reconocimiento lo hizo un militar que no coincide con
las características del mítico personaje del Estado Chile (ver recuadro), quien fue descrito como de una estura superior a 1.80 metros, rubio, de tez blanca, cara redondeada y de contextura atlética.
En lo que sí coinciden los testimonios de los prisioneros es en que
Víctor Jara fue interrogado al menos dos veces en los camarines del
recinto, ubicados en la zona nororiente del subterráneo. Allí fue
sometido a diversas torturas, entre ellas la fractura de sus manos a
golpes de culata.
Tras la segunda de esas sesiones, Víctor Jara logró acercarse a
personas que habían sido detenidas en la UTE, quienes lo limpiaron y
trataron de cambiar su aspecto cubriéndolo con una chaqueta azul y
cortándole su pelo negro rizado con un cortaúñas. Los últimos detenidos
que lo vieron con vida han dicho que estaba muy golpeado, con la cara
hinchada y sus manos fracturadas. Muchos coinciden en que durante el
traslado al Estadio Nacional, que duró muchas horas, su cuerpo sin vida
fue visto en el hall del recinto, junto a otros cadáveres.
Se estima que el cuerpo de Víctor Jara fue encontrado el 17 de
septiembre en las afueras del Cementerio Metropolitano, por funcionarios
de la Primera Comisaría de Carabineros de Renca, quienes lo trasladaron
como N.N. al Instituto Médico Legal.
Un funeral sin flores y en silencio
En los últimos meses de la investigación se han rescatado reveladores
testimonios inéditos que ayudan a entender por qué, a diferencia de los
otros prisioneros asesinados en el Estadio Chile, el cuerpo de Víctor
Jara fue encontrado por su familia y pudo ser enterrado de manera
clandestina en el Cementerio General.
Después de guardar silencio durante 35 años, Héctor Herrera Olguín, ex funcionario del Registro Civil
y quien actualmente reside en Francia, relató ante el ministro Juan
Eduardo Fuentes lo que vivió en esos días. Herrera explicó que el 15 de
septiembre de 1973, el oficial designado como director interino del
Registro Civil lo envió en comisión de servicio al Instituto Médico
Legal (IML), lugar en donde se le ordenó medir, tomar las
características físicas y las huellas de los cuerpos apostados en el
estacionamiento del recinto.
Herrera calcula que había unos 300 muertos apostados en ese lugar,
entre los cuales vio niños y mujeres. Unos veinticinco estaban rapados.
Todos eran jóvenes. Le dijeron que correspondían a extranjeros. Durante
todo el día Herrera vio llegar camiones del Ejército con más cuerpos. Y
cada vez los mismos movimientos: los conscriptos los tiraban al suelo al
interior del estacionamiento y luego, con algo más de delicadeza,
funcionarios del IML los recogían y los apilaban en distintas partes de
ese sector.
La investigación deberá determinar la fecha exacta en que fue
asesinado Víctor Jara. Pero lo cierto es que el ex funcionario del
Registro Civil recordó ante el juez que el 16 de septiembre, alrededor
de las 9.00 horas, una persona a la que identifica como “Kiko”, oriundo
de Chiloé, le señaló que entre los cuerpos apilados parecía estar el de
Víctor Jara. Y con sigilo lo llevó frente al cuerpo. Al
principio Héctor Herrera dudó que se tratara del mismo famoso cantautor.
Estaba muy sucio, con tierra en las heridas, el cabello apelmazado
entre tierra y sangre. A simple vista se le notaban heridas profundas en
ambas manos y en la cara. Y tenía sus ojos abiertos, pero con una
mirada tranquila. En una de sus muñecas vio un alambre con un pedazo de
cartón donde estaba anotado “Octava Comisaría”.
Para salir de la duda, Héctor Herrera a escondidas anotó su número de
ficha, sus características físicas y sus huellas dactilares. Para ello
tuvo que abrir sus manos. No fue fácil: las tenía empuñadas, muy
rígidas. Lo hizo con la ayuda de “Kiko”, comprometiéndose ambos a no
decirle a nadie lo ocurrido. Terminada la misión, dejaron el cuerpo en
el mismo lugar.
A primera hora del día siguiente, Herrera se fue directo a la sección
dactiloscópica del Registro Civil, en calle General Mackenna. Allí y en
la más completa reserva, le pidió a la funcionaria Gelda Leyton,
que le buscase la ficha de Víctor Jara. A eso del mediodía, ambos
comprobaron que efectivamente habían asesinado a Víctor Jara. Volvió a
revisar los registros del cantautor. Y se percató que era casado. Anotó
los datos de su esposa, Joan Turner Robert, y su dirección.
Ya
había amanecido cuando el 18 de septiembre, en la casa de Víctor Jara,
en calle Plazencia, en Las Condes, Joan Turner escuchó que alguien
llamaba a su puerta. Salió a mirar desde una ventana del segundo piso.
Un hombre al que no conocía le dijo que necesitaba hablar con Joan
Turner. Ella bajó y se acercó a la reja de la casa. Herrera recuerda
haberla visto muy nerviosa. Se identificó como funcionario del Registro
Civil y le relató lo que había vivido.
Poco después ambos partieron de la casa en la renoleta de Joan Turner
en dirección al IML. Entraron juntos. Pero no encontraron el cuerpo de
Víctor Jara en el lugar donde Herrera recordaba muy bien haberlo dejado
la tarde anterior. Se inició la búsqueda. Y llegaron al segundo piso del
edificio, sitio a donde habían llevado los cadáveres que estaban para
las llamadas “autopsias económicas”. En el lugar Nº 20 estaba el
folclorista. El cuerpo fue abrazado por su esposa, quien lloró en
silencio tratando de no despertar sospechas. Estaba muy consciente de
que no tenía autorización alguna para estar ahí.
El trámite del certificado de defunción lo realizaron en el primer
piso. Para poder sacar el cuerpo en día feriado, Herrera invocó su
calidad de funcionario del Registro Civil. Al ser consultado en la
ventanilla por la causa de muerte y fecha de la misma, requisito
indispensable para llenar el documento de defunción, Herrera sólo atino a
decir que falleció por herida de bala el 14 de septiembre a las 5:00
horas. Fue el apresurado cálculo que logró hacer en esos pocos minutos
al recordar que el cuerpo de Víctor Jara habría llegado al IML antes que
él lo descubriera. La hora la sacó de un poema que le vino a la memoria
sobre fusilados.
Como el cuerpo debía ser sacado en una urna y la esposa de Víctor no
tenía dinero para comprarla, Héctor Herrera se contactó con su amigo Héctor Ibaceta Espinoza,
a quien le pidió ayuda. Juntos fueron hasta calle Agustinas, en el
centro de Santiago, a buscar el dinero. Pero Ibaceta decidió
acompañarlos.
Alrededor del mediodía de ese 18 de septiembre, llegaron con el ataúd
al IML. Sólo los dos hombres ingresaron a buscar el cuerpo de Víctor
Jara. Su cadáver desnudo fue trasladado en una camilla metálica
con su ropa doblada a los pies. Recogieron el cuerpo y lo pusieron
dentro de la urna. La ropa fue depositada a sus pies. Lo cubrieron con
un poncho nortino que traían y encima la mortaja. Cerraron la urna. El ataúd lo ubicaron en una sala que se utilizaba como velatorio.
-Nos prendieron unas cuatro ampolletas e hicimos entrar a Joan para
que se quedara a solas con él, para que se despidiera de su marido.
Estuvo alrededor de una hora –recordó el ex funcionario del Registro
Civil.
Herrera agregó: “Posteriormente, concurrí al Cementerio
General, ubicado al frente, para solicitar un carrito para trasladar el
cuerpo, ya que era muy caro hacerlo en una carroza. Una señorita me
indicó que no se podía hacer eso, pero al ver el nombre del occiso me
dijo que para él sí se podía. Volví al IML en compañía de un funcionario
del Cementerio. Entre los cuatro colocamos el ataúd en el carro y lo
trasladamos al campo santo, enterrando a Víctor Jara en un modesto nicho
al final del recinto donde se encuentra hasta hoy. Fue enterrado sin
flores y con la sola presencia de nosotros tres”.
Héctor Herrera siguió trabajando en el Registro Civil hasta 1975.
Desde 1969 y hasta el día en que se fue se desempeñó en el departamento
de Carné de Identidad. Debió abandonar el país como miles de otros
chilenos llevando consigo un secreto que Joan Turner también guardó para
protegerlo y que hoy le pertenece a todos los chilenos que podrán
cantar con nuevas esperanzas “Levántate y mírate las manos. Para crecer,
estréchala a tu hermano”.
El oficial al que llamaban “Príncipe”
Casi como mito urbano, la figura de un despiadado oficial de Ejército, de contextura atlética, estatura superior a 1.80 metros, ojos claros y pelo rubio, quien habría vociferado entre los detenidos que no necesitaba micrófono para hablar porque tenía “voz de príncipe”, ha sido adjudicada a por lo menos dos ex militares que habrían estado entre los uniformados que custodiaron el Estadio Chile.Varios de los detenidos han declarado que este fue el uniformado que más se ensañó con Víctor Jara, siendo uno de los primeros que apartó desde el grupo de detenidos de la UTE. Algunos de los testimonios apuntaron al ex agente de la DINA Miguel Krassnof Martchenko como el que actuó en contra del cantautor. Sin embargo, otros lo niegan rotundamente, ya que señalan que es más bajo de estatura (1.70 metros aproximadamente) y que su color de pelo es más oscuro que el militar que se ha tratado de identificar.
Con el correr de los años, surgió otra identidad que podía corresponder a “El Príncipe”, la del ex teniente Edwin Dimter Bianchi, quien fue uno de los militares detenidos por la sublevación del Regimiento Tacna en junio de 1973, movimiento golpista que fue desarticulado, dando origen al llamado “Tanquetazo”. En ese episodio Dimter ingresó con un tanque hasta el Ministerio de Defensa.
Efectivamente, Dimter coincide con las características del Príncipe, pero varios de los testigos que estuvieron detenidos en el Estadio Chile también han descartado que se trate de la misma persona.
Lo importante es que fue el propio Dimter, con su primera declaración judicial de 2006, quien dio luces sobre otros oficiales que también podrían corresponder a la identidad de “El Príncipe”. El ex uniformado, quien fue expulsado del Ejército en 1976 por diversos actos de indisciplina, reconoce haber custodiado a los prisioneros de ese recinto, pero asegura no haber tenido relación con las golpizas y el asesinato de Víctor Jara.
Acto seguido, señala que él no era el único oficial con esas características, y que al menos habían otros dos que podían coincidir con las señas de “El Príncipe”: los entonces tenientes Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Nelson Edgardo Haase Mazzei, ambos de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. Este último oficial (R) fue mencionado en la declaración del primer conscripto confeso de participar en el crimen.
Aunque Haase, al ser interrogado en el caso, negó rotundamente haber estado en el Estadio Chile, declaraciones de otros oficiales presentes en el recinto respaldan la versión de Dimter.
Haase fue uno de los hombres de confianza del ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, y fue jefe del recinto de detención clandestino ubicado en calle Bilbao, conocido como “Cuartel Bilbao”. Diversos testimonios y documentos, entre ellos el entregado por la agente de la DINA Luz Arce, indican que el inmueble –habilitado desde 1976- tenía como fachada un aviso luminoso que decía “Implacate”.
El historial del teniente también lo registra como miembro de la Sociedad Pedro Diet Lobos, pantalla comercial de la DINA para encubrir actividades tanto en Chile como afuera del país. A lo largo de los años, quienes sobrevivieron lo han descrito como arrogante, prepotente y despiadado; de hecho se llegó a decir que se enorgullecía de llevar permanentemente en su automóvil una picota para usarla en los allanamientos.
Las pocas veces que Haase salió de su anonimato en los últimos años fue cuando –junto a otros ex uniformados- manifestó públicamente su total respaldo a la sublevación del general (r) Raúl Iturriaga Newman, quien intentó evadir la primera condena de cárcel efectiva en su contra, por el crimen del militante del MIR Dagoberto San Martín Vergara, según consta en la página del “Movimiento 10 de septiembre”.
Tras retirarse del Ejército, el ex uniformado formó en 1994 una empresa de cajas de madera para vinos de exportación, llamada Envases Haase o Envases Exportables. Desde entonces es proveedor de varias de las empresas del rubro, lo que le ha permitido codearse con ese ambiente. De hecho, el 2007 participó en el Quinto Campeonato de Golf “Copa Viñas de Chile”, en el Club de Golf Los Leones, a beneficio de la Fundación Escúchame. En el website de esta última aparece una foto del equipo de “Envases Exportables”, en la que Nelson Haase figura junto al ex vicecomandante en jefe del Ejército, general (r) Guillermo Garin, el brigadier general (r) Juan Lucar y el ex jefe del Estado Mayor del Ejército, general (r) Richard Quaas.
La esposa de Haase, María Isabel Blaña Lüttecke, recibió del Ministerio de Agricultura $ 5.595.466 en febrero y abril de este año, en virtud de un “Programa Sistema de Incentivos para la Recuperación de Suelos Degradados”, según consta en la información de transparencia activa de esa cartera.