Carmen Fernández Seguín (Coalloso, 1905- Sandiás, 1999) se murió a los 93 años en la casa familiar sin abrir la boca. Jamás dijo una palabra sobre su activa participación en la Guerra Civil, ni sobre su condena a muerte, ni sobre sus años de cárcel, ni sobre las vejaciones a las que fue sometida entre rejas, ni sobre el fusilamiento de su hijo mayor. Sencillamente "no hablaba de nada, parecía muda, casi daba miedo".
Clara Aparicio de Dios tiene 20 años y se le hinchan los poros desvelando emocionada la historia callada de su bisabuela paterna. La bisabuela Carmen, que murió cuando ella apenas tenía siete años, le parecía un ser extraño. Hace tres, comenzó a preguntar por ella y ha conseguido hilar una historia -una más de las de miles de vidas ocultas de mujeres singulares- que abre, crujiendo, las páginas pegadas del pasado reciente. Carmen Fernández callaba sus desgracias. Se casó con Jesús de Dios, organizador del Partido Comunista en Sandiás, y se quedó viuda apenas cinco años después. Una viuda viva: hizo suyo el legado político de su compañero y ejerció el activismo ideológico hasta en la cárcel de Alcalá, donde pasó cerca de 10 años, la mayor parte creando células del partido y organizando huelgas. Con represalias, naturalmente.
"A mí me parecía como un sargento, siempre seria, siempre distante, siempre callada", recuerda la bisnieta su mirada de niña a la anciana que posaba con dureza sus ojos sobre la vida. Clara comenzó a interesarse por aquella figura sobria que presidía con su carácter mudo el mundo familiar. Su abuelo -Camilo de Dios , que formó en 1948 el grupo que intentó liberar a los líderes guerrilleros condenados a muerte de la cárcel coruñesa, y también él condenado a muerte, de la que se libró por su corta edad- comenzó a contarle la historia "poco a poco". "Con todo lo que me ha dicho en estos tres años aún no sé nada de nada", lamenta Clara.
"Está claro que la bisabuela tenía muchísimo carácter, mucho genio", tira del hilo de su historia para dar a conocer el esfuerzo y el castigo y el silencio que marcaron la vida de su antepasada y la de muchas otras mujeres anónimas. "Recuerdo que yo le decía a mi madre que me daba miedo y ella me contestaba, 'quita, quita'; decía que eran tonterías mías", recuerda ahora la impresión que le causaba la bisabuela a la que ahora comprende. "Había pasado muchísimo y en casa no se hablaba de eso. Nada. Pero yo ahora quiero saber y quiero que se sepa". A Clara siempre le llamó la atención que esa mujer de carácter vistiera de negro, no de luto. "Incluso se casó también de negro. No sé por qué esa elección, pero siempre fue así".
Los cinco años que Carmen Fernández vivió con su marido los pasó huyendo. Enseguida estalló la guerra y ambos escaparon a Portugal. Considerando que él era el referente comunista en la comarca, no fue fácil. Tuvieron que mediar dos hermanos falangistas del bisabuelo. En esos cinco años de matrimonio, a De Dios le dio tiempo para trabajar en Portugal dedicado al "arreglo de todo tipo de cosas", a regresar esporádicamente a España de forma clandestina, a ser condenado y encarcelado y a recalar en Sandiás, donde murió en la cama. Mientras tanto, Carmen asumió su papel. "Hizo de enlace antes, durante y después de la guerra pasando información y víveres a su marido y a los camaradas", cuenta Clara las "tareas" que forjaron el carácter de la bisabuela.
Ya en 1950, la sobria Carmen Fernández Seguín viajó a Ávila con su hijo mayor, Perfecto, para ponerse en contacto con la agrupación guerrillera de aquella zona. Pero madre e hijo caen en esa operación. Él es fusilado y a ella la ingresan en la cárcel de Ávila, desde donde la trasladan a Ourense. "Aquí la juzgaron y la condenaron a 30 años de cárcel y a muerte, claro", relata Clara los hechos aislados con los que va construyendo la trayectoria política de la adusta antepasada. Solo cumplió 13 años de cárcel. Pero durante ese tiempo, la silenciosa y espartana anciana que intimidaba a la pequeña Clara, organizó células del partido en la prisión, donde llegó a promover huelgas y protestas. "Y la vejaron no sé de qué forma. Porque mi abuelo no ha querido contarme todavía nada de eso".
Fuera de la cárcel la activa militante comunista selló sus labios, pero no dejó de hablar. "Colaboró en Mundo Obrero [el periódico del PCE] y en otras revistas ilegales y panfletos subversivos". Después regresó a Sandiás y allí pasó los últimos años de la dictadura y la democracia mientras llevaba una vida "completamente normal", completamente anónima, en la casa familiar. Como una sombra negra que miraba con crudeza y con una fragilidad tan sobrada de carácter que imponía más que el pelotón que acribilló a su hijo.
(El Pais. 24 / 03 / 2011)