-¿Cómo y cuándo se embarcó en este proyecto?
-La fundación Euskal Memoria recibió una petición del Ayuntamiento de Legazpi para realizar una primera aproximación al tema de la Guerra Civil en el municipio y elaborar una publicación. Me propusieron encargarme del proyecto y me puse a ello en octubre.
-Ya existía un importante trabajo realizado por un grupo de legazpiarras sobre el tema ¿se ve reflejado en el libro?
-En efecto, había un grupo que llevaba trabajando durante prácticamente tres años en dos líneas de investigación. Por un lado, habían hecho un considerable acopio de información proveniente de archivos. Por otro lado, habían contactado y entrevistado a decenas de legazpiarras que vivieron en primera persona aquellos hechos o eran familiares de los fallecidos. Todo ello ha sido una base sólida para mi trabajo, que ha consistido fundamentalmente, en ordenar esa información y darle forma en esta publicación, elaborada con fines fundamentalmente divulgativos.
-¿Cuántos legazpiarras fallecieron en la Guerra Civil de 1936?
- En vísperas de enviar el libro a imprenta teníamos un listado de 58 personas, pero ese mismo día tuvimos conocimiento de otro caso. A medida que hemos ido preguntando, la cifra ha ido aumentando y no sería extraño que hubiera más.
-¿En qué situaciones murieron?
-La mayoría fueron gudaris y milicianos que fallecieron a consecuencia de las heridas sufridas en los frentes de batalla, buena parte de ellos en Bizkaia. A este grupo hay que añadir los siete jóvenes legazpiarras que fueron llevados obligatoriamente a luchar con los franquistas y perdieron la vida en el frente. Se unen a ellos los fusilados, los que murieron en la cárcel o por enfermedades contraídas en su cautiverio, además de dos niñas de corta edad, hijas de padres que huyeron de Legazpi y fallecieron a causa de enfermedades contraídas en penosas condiciones de vida.
-¿Hay alguna historia que le haya impresionado de forma especial?
-Me impactó especialmente entrevistar a Arantza, una mujer de 76 años, hija de Celestino Azurmendi, uno de los 9 legazpiarras fusilados por los franquistas. Mataron a su padre cuando ella tenía un año. Me impresionó oírle contar cómo se llevaron a su padre de casa, la angustia que pasó su madre durante los días que lo tuvieron detenido, como después de que fuera fusilado en Aizpurutxo, ni siquiera pudieron hacerle un funeral. Me impresionó comprobar como aquello truncó definitivamente la vida de esa familia y escuchar su relato sobre los años siguientes, en los que además de tener que vivir sin padre, tuvieron que cargar con el estigma de haber sido ‘rojoseparatistas’. También me ha impactado comprobar que en muchas familias, el dolor y el trauma no han cicatrizado. No han sido pocos los entrevistados que se han emocionado y han llorado recordando lo ocurrido. Además de la crudeza extrema de los hechos, posiblemente ha contribuido en ello el no haber tratado el tema abiertamente, que aquellos crímenes no hayan sido investigados ni juzgados y no haya habido un apoyo institucional decidido para todas esas víctimas.
-Existe la idea de que en Legazpi la Guerra Civil no azotó tanto como en otros pueblos ¿fue así?
-Se trata de una idea equivocada. Fíjate, Legazpi era antes de la guerra un pueblo pequeño de 2.400 habitantes. De esos 2.400 por lo menos 59 fallecieron a causa de la guerra y otros 240 aproximadamente estuvieron presos o en batallones de trabajo. Son cifras impresionantes. A esos números hay que sumar los exiliados, multados, depurados… Prácticamente la totalidad de familias de Legazpi sufrieron de forma muy directa las consecuencias de aquella tragedia y la mayoría lo vivió, además, en el bando de los perdedores. La Guerra Civil en Legazpi fue un verdadero drama colectivo, que marcó un antes y un después en la historia del municipio. Hay que tener en cuenta, además, que ese dolor tuvo que ser llevado durante largas décadas en silencio.
-¿Qué función le gustaría que cumpliera el libro?
-Me gustaría que diera a conocer los hechos y hablar sobre el trauma colectivo que no hemos sabido solucionar satisfactoriamente, además de contribuir a restaurar el honor de los fallecidos, que han sido tratados como malhechores.
(Diario Vasco. 14 / 03 / 2011)