miércoles, febrero 02, 2011

LA CAUSA 182/36: HISTÓRIA DE UN "PASEO"

Todo parte de un gesto valiente y muy poco habitual. Un padre denuncia la muerte de su hijo en la vorágine infernal de los primeros meses de la guerra civil. Así arranca la causa 182/36, un turbador viaje a las entrañas de los funestos ‘paseos’, aquellas expediciones a la caza del enemigo que solían acabar con un cadáver (o varios) en una cuneta.

El documento, rescatado del Archivo Militar de Ferrol por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), tiene un valor testimonial impactante. Permite reconstruir paso a paso uno de aquellos ‘paseos’, desde que se fragua hasta el desenlace. También refleja el particular sentido de la justicia de aquellos tiempos trágicos. El relato tiene tintes surrealistas y kafkianos. Sería hasta tragicómico si no incluyera a un joven de 19 años con dos tiros en la cabeza.

Un padre valiente

El día 8 de noviembre de 1936 un hombre de 61 años se presenta ante la Guardia Civil de Ponferrada para denunciar “la desaparición y probable muerte violenta de su hijo”. Según su testimonio, recogido en un atestado que se incluye en la causa 182/36, tiene noticias de que el joven fue sacado esa noche de su casa en Camponaraya, donde vivía desde hace dos años con sus primos para aprender el oficio de herrero.

La denuncia, muy poco habitual en una época en la que el terror era cotidiano y solía quedar impune, desató una investigación que reconstruye paso a paso lo que ocurrió aquella noche con los testimonios de muchos testigos.

Todo parte de un error

El desencadenante del drama fue un error. A lo largo del día 7 se extendió la noticia -falsa- de que las tropas nacionales habían tomado Madrid. Un grupo de vecinos del municipio de Priaranza decidió celebrarlo, primero en Ponferrada y después en Camponaraya.

En esta localidad entraron a un bar en busca de coñac para seguir la fiesta. Allí, “entre una gran concurrencia”, según recoge el informe del juez instructor de la causa, estaba el joven de 19 años que esa misma noche se convertiría en víctima. “En un ambiente de armonía y contento, se estuvo bebiendo y cantando en un principio”, prosigue el relato judicial de los hechos. Pero súbitamente se activó el mecanismo de la tragedia.

Alguien lanzó un ‘viva España’. Según los testimonios recogidos en la causa, el joven aprendiz de herrero habría respondido algo así como “viva y viva Rusia también”. El grupo se lo tomó como la peor afrenta. El dueño del bar, para evitar problemas, pidió a dos clientes que se llevaran al chico a su casa.

Los falangistas y sus acompañantes no lo olvidaron. Según relata el informe del instructor, uno de los integrantes del grupo, pedáneo de su pueblo, “propuso entonces ir por él para matarlo”. Otros, liderados por un jefe de Falange, defendían “que se le diera una paliza simplemente”.

En principio, pareció imponerse esta segunda opción. Fueron a su casa, le golpearon y le dejaron tendido en la cama. Pero el pedáneo no se quedó conforme. Insistió en que “aquel castigo no era suficiente”, recoge el documento judicial. El falangista siguió rechazándolo y propuso que lo llevaran al cuartel de Ponferrada. Su compañero “pareció aceptar”. Subieron a buscarlo, lo metieron en una camioneta y el grupo tomó rumbo a Ponferrada.

Al llegar a la plaza de Lazúrtegui, el conductor, que iba acompañado por el pedáneo en la cabina, tomó rumbo a Toreno en lugar de dirigirse al cuartel. El falangista trató de disuadirlo a través de otro de sus compañeros, pero el pedáneo insistió en que seguían adelante bajo su responsabilidad.

La camioneta se detuvo apenas rebasado el kilómetro cinco de la carretera, en San Andrés de Montejos. Allí bajaron al joven y el pedáneo ordenó a uno de sus acompañantes, un chaval también de 19 años, “que lo matase con su revólver”, según relata el informe del instructor. El chico se resistió en un principio, pero acabó accediendo.

Tal y como da por probado el juez, el pedáneo sujetó al aprendiz de herrero y su joven acompañante, que admitió los hechos en su declaración, “le hizo tres disparos en la cabeza”. Según la autopsia, cuyo informe se incluye en la causa 182/36, acertó con dos. Uno era mortal de necesidad. Después, la camioneta arrancó y regresaron a sus casas.

Con el alba apareció el cuerpo. Vecinos de San Andrés lo enterraron en el mismo lugar en el que cayó muerto. En el transcurso de la investigación, el juez decretó que fuera desenterrado y posteriormente sepultado en el cementerio del pueblo, un antecedente ‘sui generis’ de las exhumaciones que ahora se están realizando.

El consejo de guerra

El último acto redondea el drama. Después de las investigaciones, el 18 de diciembre se celebra en Ponferrada un consejo de guerra para juzgar al pedáneo y al joven que, según su propio testimonio, disparó. Se les acusa de un delito de rebelión militar. La sentencia da por probados los hechos, pero su interpretación refleja los códigos que regían aquel momento terrible.

El tribunal, constituido por militares, califica a los acusados como “personas de un gran sentimiento patriótico y acendrado amor a España”. En cambio, de la víctima dice que “a más de sus malísimos antecedentes, era un destacado marxista, opuesto al glorioso movimiento Nacional español”.

La sentencia considera probado que el pedáneo “ propuso la necesidad de eliminar a este sujeto, por su antiespañolismo”. Tras ir a buscarlo, prosigue el particular relato del tribunal, “le invitaron a salir de su casa a lo que accedió”.

En el kilómetro cinco de la carretera a Toreno, siempre según la sentencia, el joven acusado le dio “tres disparos”, mientras el otro “le sujetaba”. Algo que, añade el tribunal, “verificaron en atención a las actuales circunstancias por las que atraviesa España y por la provocación evidentemente patentizada en autos de que fueron objeto los procesados y principalmente por la ofensa a la Patria verificada por el interfecto”. La víctima, continúa el relato judicial, “además, de sus malos antecedentes era persona de sentimientos antipatrióticos y de gran peligrosidad social”.

La sentencia asume que “los hechos relatados son constitutivos en cuanto a la material ejecución de los mismos, de un delito de rebelión militar”. Pero asegura que a los acusados les exime que “esta situación de necesidad fue provocada intencionadamente” por el joven, “que no solamente injurió a España, sino que por su deseo y manifestación hecha hubiera querido someterla a las hordas marxistas”. Con este argumento, el tribunal concluye que “es de estimar que el mal causado es menor que el que se proponía el agredido”.

En definitiva, “debemos absolver y absolvemos a los procesados”. Así acabó el intento de un padre de buscar justicia en un momento en el que esta perdía también su propia guerra. Al menos, su gesto valiente ha permitido rescatar el testimonio de un drama que se repitió con terrible frecuencia en aquellos tiempos crueles.

(Crónica de León. 1 / 2 / 2011)