UNA plaza dedicada a Josu Murueta en Astrabudua. Una calle con el nombre de Antón Fernández en Altzaga. Y el recuerdo de los familiares y de quienes vivieron en primera persona hace cuarenta años los sucesos de Erandio. Eso es lo único que queda de la historia de un pueblo que salió a la calle para protestar por la "insoportable" contaminación que se registraba en esta zona de la margen derecha del Nervión, atestada del humo de las múltiples empresas que rodeaban al municipio y que tuvo como respuesta la mano dura y las balas de las fuerzas de seguridad del régimen franquista, que, como en otros casos, miró para otro lado cuando las revueltas callejeras se cobraron la vida de Murueta y Fernández. Cuatro décadas después, tras llamar sin éxito a muchas puertas, las víctimas exigen justicia y la equiparación con los colectivos que han padecido el terrorismo.
"El pueblo nos arropó desde el primer momento, eso es lo único positivo que nos queda. Pero no tenemos el reconocimiento de las instituciones", subraya Maripili Arenaza, viuda de Murueta. Su marido falleció a los 31 años con el mono de trabajo puesto cuando participaba en una de las manifestaciones registradas el 29 de octubre de 1969. Él y otros centenares de obreros marchaban por el paso a nivel de Aspe cuando la policía armada les interceptó. Los disparos comenzaron a silbar por la oscuridad de la noche. Y el peor parado, Josu, con una bala que se le incrustó en los intestinos. "Había perdido mucha sangre y todo el pueblo fue a donar. Se quedaron muchos litros en el banco de sangre", recuerda Maripili, que con 26 años y dos hijas a su cargo tardó tiempo en asimilar la pérdida de su marido.
A las cinco y media de la madrugada, tras acudir a la carrera al hospital de Basurto, recibía la trágica noticia. Meses después, el centro sanitario en el que Josu había dado sus últimas bocanadas de aire le transmitía un macabro mensaje: Tenía que hacer frente a los costes de la intervención. "Me negué a pagar por dignidad y les dije que si había sido un accidente, como decían los grises, pues que lo abonara el que lo había provocado", asevera todavía con indignación. Idoia, su hija pequeña, asiente con la cabeza. Ella no se acuerda de lo ocurrido, pero cuarenta años después exige soluciones: "Acabas pensando que este Estado de derecho sin derecho ni reconocimiento deja mucho que desear".
Aunque en Astrabudua, donde vivía la familia Murueta, las protestas apenas se sentían, las nubes tóxicas llegaban igual que a Altzaga y al resto de Erandio. Los resultados eran los mismos. "No había huertas, estaba todo achicharrado", recuerda Maripili, que no ganaba para comprar medias. Todas se rompían tras horas de contacto con las partículas tóxicas en el colgador. Cuando entraba la noche, el humo se concentraba en los diferentes barrios. Los pañuelos en la boca eran atuendo obligado para andar por la calle y, por descontado, las ventanas cerradas a cal y canto.
Abortos por las palizas
El aire era irrespirable y las enfermedades de garganta y pulmón afloraron entre los habitantes de Erandio desde principios de la década de los sesenta. Las primeras en salir a la calle para exigir soluciones al Ayuntamiento de Bilbao -no se había producido aún la desanexión- y a las empresas causantes de los humos contaminantes fueron las madres, que comenzaron a juntarse en la calles a la salida del colegio de sus hijos. Así lo recuerda Conchi Fernández, cuyo padre, Antón, murió a los 54 años después de ser tiroteado en la cabeza cuando observaba desde el balcón de su casa los enfrentamientos en la calle Obieta.
Conchi -que entonces contaba con 24 años y dos hijas de los cinco vástagos que en un futuro iba a criar- repasa lo sucedido en la noche del 28 de octubre, veinticuatro horas antes de que Josu también fuera disparado. "Me asomé con mi hija en brazos para ver lo que pasaba y cuando mi padre oyó los disparos dijo que nos metiéramos en casa. Eso fue lo último que dijo. Después cayó al suelo herido de muerte", señala. Las refriegas entre los grises y los manifestantes venían produciéndose desde semanas antes. Y la brutalidad policial ya era conocida por los habitantes de Erandio. Aquí entraba la picaresca y la ayuda al prójimo. "Dejábamos las puertas de los portales abiertas para que la gente se pudiera meter en las casas cuando venían los policías", rememora Conchi, aunque en ocasiones los agentes eran más rápidos que los manifestantes: "A algunas personas les persiguieron hasta el cuarto piso y les dieron unas palizas de escándalo. Y fruto de esos golpes hubo dos mujeres que sufrieron abortos".
Antón Fernández permaneció dos semanas en coma hasta que su cuerpo dijo basta. Unos días que Conchi recuerda con pena. Con un guardia, metralleta en mano, custodiando la UVI en la que su padre se debatía entre la vida y la muerte, su madre no abandonó a Antón en ningún momento. Estuvo quince días durmiendo en el suelo embargada por una tristeza que seis meses después le provocaría un infarto. "Éramos ocho en casa con el único sueldo de mi marido. Lo pasamos muy mal", denuncia la hija de Antón, que confía en que "se les caiga la cara de vergüenza" a los que "han mirado para otro lado durante tantos años".
"Una pelea histórica"
Aunque las empresas continuaron corrompiendo el aire -las multas que el régimen franquista les impuso fueron simbólicas para el dinero que ingresaban por aquel entonces- y los municipios de las dos márgenes de la ría cercanos al núcleo industrial tuvieron que aguantar durante años los vertidos, los sucesos del gas marcaron un hito en la lucha contra la contaminación atmosférica. Hasta el cantautor Imanol escribió la canción Caminito de Erandio en recuerdo de Murueta y Fernández y de los que lucharon por su salud y la de los suyos. Uno de ellos fue Manuel Castrillo, que, en la noche en la que Antón fue herido de muerte, recibió un tiro en la pierna.
Estudiante de maestría, con 19 años, Manuel vivió en primera persona las algaradas callejeras que se registraron durante dos años en Erandio. "Fue una pelea histórica, porque el pueblo se cansó. No se podía respirar. Se llevaba mucho tiempo aguantando, porque muchas de las empresas que se instalaron en la zona eran contaminantes. Además, Erandio está metido en un agujero y nos comíamos todos los humos", señala esta víctima de los sucesos, que repasa cómo se gestaron las protestas.
Antes de los terribles sucesos del 28 y 29 de octubre, "los hombres buenos del pueblo"-así llamaban a la comisión de vecinos que comenzó a liderar el movimiento de protesta- inició los contactos con las instituciones de la época y las empresas. Aunque nadie les daba una solución, subraya Manuel. En la plaza de Altzaga anunciaban el resultado de estas reuniones y los vecinos consensuaban la respuesta que iban a adoptar. Y cuando había enfrentamientos en la calle, Manuel y sus compañeros empezaban cortando la carretera de Las Arenas. Luego buscaban refugio en la estación de tren de Desierto, ya que las piedras no tenían nada que hacer contra las balas. Con el tren de parapeto y las vías bajadas, la lucha no era tan desigual, al menos hasta que los grises cargaron con fuego real.
La tarde del día 28, como en las jornadas precedentes, los manifestantes tomaron la calle a partir de las ocho. De la ría se desplazaron hasta las vías del tren, lugar en el que las autoridades les instaron a negociar el final de los conflictos. "No se podía llegar a ningún acuerdo porque los casquillos de balas estaban amontonados por toda la calle. Así era imposible", destaca Manuel, que no pudo huir del punto de mira de un guardia que le persiguió a la carrera hasta que le tuvo a tiro. "Me hicieron un torniquete en la pierna como pudieron, porque me estaba desangrando. De ahí me llevaron a la clínica San Sebastián, pero no me atendieron porque habían recibido el aviso de que en Erandio había heridos. De allí nos fuimos al hospital de Basurto y al entrar me crucé con Antón. Fue triste porque sabía que lo de él era muy grave", asevera Castrillo, que permaneció ocho días esposado a la cama con dos furgonetas de los grises haciendo guardia en la puerta del pabellón en el que estaba ingresado. Después, un tribunal militar absolvió a todos los manifestantes. Y para los autores de los disparos, el camino despejado.
Enfermos anónimos
Más optimista que las otras víctimas, Manuel confía en que con la ayuda de la asociación Ahaztuak 1936-1977 se reconozca a los damnificados por los sucesos de Erandio, hechos que sigue sin olvidar. Sobre todo, la respuesta de los vecinos, que se echaron en masa a la calle sin tapujos. Como en los funerales de Murueta y Fernández, donde por primera vez se vieron en la zona tanquetas y caballería de la Guardia Civil en previsión de nuevos altercados. "Todo el pueblo fue testigo de los asesinatos. El apoyo moral de los vecinos siempre lo hemos tenido, pero hace falta más. Hay que arreglar de una vez por todas el tema de estas familias", se queja Manuel, que también pone especial énfasis en todas las personas que cayeron enfermas por las altos porcentajes de contaminación y que siguen en el anonimato: "Si hoy se estudiaran los casos de entonces como ahora se hace con los trabajadores afectados por el amianto, el número de enfermos que han podido morir en Erandio de cáncer por culpa de las contaminaciones masivas puede ser terrible. Hasta los médicos advertían de que no era normal la cantidad de niños que acudían a las consultas con problemas respiratorios".
Con el cambio de gobierno en Lakua, el trabajo que este erandiotarra había realizado durante meses para contactar finalmente con el ex director de Derechos Humanos del Gobierno vasco, Jon Landa, se ha ido al traste. Antes de ser relevado en su cargo por Patxi López, Landa dio los primeros pasos para el reconocimiento de las víctimas de 1969 en Erandio, un camino todavía por recorrer y que lleva cuarenta años de retraso.
Moción en el Ayuntamiento de Erandio
La asociación de víctimas del franquismo Ahaztuak 1936-1977, que a lo largo de esta semana ha organizado diferentes actos para recordar los sucesos de hace cuatro décadas y exigir justicia para las víctimas, presentó el pasado jueves -día en el que se cumplió el cuarenta aniversario de la muerte de Josu Murueta-, una moción en la sesión del Ayuntamiento de Erandio, que será debatida dentro de un mes al ser tramitada fuera de los plazos previstos en el reglamento. En la moción se recoge una crítica abierta a la "falta de depuración de responsabilidades" por aquellos hechos, así como a la "deliberada política de impunidad" que a lo largo de estas cuatro décadas "se ha concretado hasta el día de hoy en la falta de verdad, justicia y reparación" para las víctimas de aquellos hechos y para sus familiares. Según indicó la asociación Ahaztuak en un comunicado, "dicha impunidad es la que ha hecho posible que aquellas muertes todavía no se hayan depurado ni señalado responsabilidad alguna y sus familiares sigan todavía sin ser receptores de los elementos de reparación que les corresponden".
(Deia. 2 / 11 / 09)