Quince personas de más de 90 años, las pocas sobrevivientes que quedan de las que construyeron carreteras como esclavos del franquismo allá por el año 1939, estuvieron en Bidangotz el sábado 20 de junio contándonos retazos de nuestra historia que no sabemos. Unos por ser muy jóvenes, otras porque nuestros mayores no nos contaron y todas, porque los medios de comunicación y el poder establecido después de la dictadura (PSOE, PP, PSOE otra vez, da igual) no nos lo ha querido contar.
Aconsejo a todas las personas que quieran saber que vayan a este tipo de convocatorias. Ya no quedan muchos años para escuchar a estos sobrevivientes. A estos expertos vivientes. Como uno de ellos decía: "a ver si vuelvo el año que viene, no sé, no sé, que ya ando viendo a la de la guadaña". Nos contaban cada una de ellas cosas a cual más interesantes.
Uno decía cómo después de la entrega de los batallones que el PNV hizo en Santander a los italianos (por cierto, con la promesa de no entregarlos a Franco y de guardar la vida de los mandos republicanos, cosas que no cumplieron) acabó en el campo de concentración de Miranda de Ebro. De ahí le mandaron a hacer la carretera de Bidangotz a Roncal. De ahí a Peñas de Aia y luego a Igeldo, a lo mismo y de ahí… ya en libertad a hacer el servicio militar tres años.
Nos contaban cómo sobrevivían a base de un caldo sucio por las mañanas, un garbanzo con agua al mediodía y el pan que hacían con la harina estropeada (llena de excrementos de ratones) que les daba un panadero. En invierno cortaban mantas por la mitad para cambiarlas en el pueblo por víveres. Les tenían en tiendas de campaña en las que dormían de tres en tres y con medio cuerpo fuera. Les trasladaban de lugar en caminatas de más de 15 horas y que nadie se retrasara, pues sabía que ahí mismo les remataban.
Especialmente emotivo fue otro camarada que decía: "qué valientes eran aquellas mujeres cántabras a cuyos maridos mataron. Todos los días pasaban a su lado, mientras ellos barrían las calles, y sin decir nada, porque no se podía hablar con ellos, les pasaban bocadillos".
Qué valientes eran, que una de ellas, cuando en la verbena un oficial franquista le pidió bailar, se negó. Eso le costó que la sentaran en medio de todos y la raparan.
Qué valiente era aquella mujer que, con el pelo rapado y el pañuelo en el cuello, todos los días salía, mientras el batallón de esclavos pasaba por debajo de su balcón y firme los miraba pasar y les rendía honores quedándose ahí hasta que pasaba el último.
Valientes como Luisa, que desde Pamplona, como pudo, ella sola subió hasta Roncal para llevarles 60 kilos de bocadillos a esos muchachos.
Valientes todos ellos que siguen reclamando la reparación, la libertad y la democracia, pero la de verdad. Valientes porque no tiran la toalla y hablan con quien les quiera escuchar, valientes porque nadie les cierra la boca ya. A estas alturas la dignidad ya no la pierden por nada, ni por dinero, ni por un cargo, ni por una poltrona. Sólo hablan, cuentan, trabajan. Tenemos que escucharlos.
Son la voz de la memoria. Nuestra memoria.
Salud.
(Noticias de Navarra. 25 / 06 / 09)