Uno de los múltiples lugares comunes generados tras la Guerra Civil, que setenta años después de cometida la tropelía fratricida aún no han sido convenientemente matizados, dice que la Iglesia Católica se alineó del lado franquista y que por ello sus integrantes sufrieron la represión republicana. Cierto, sí, aunque es necesario introducir los citados matices. En los tres territorios vascos, adscritos por entonces a la Diócesis de Vitoria, murieron más de setenta sacerdotes y religiosos, pero catorce de ellos quedaron relegados al olvido por haber caído bajo las balas de los soldados equivocados. Ayer, en un comunicado sin precedentes, los tres obispos vascos y el obispo auxiliar de Bilbao anunciaron la rehabilitación de la memoria de estas personas, su inclusión en los registros diocesanos de sacerdotes fallecidos y en los libros parroquiales, y la publicación de sus historias en los boletines oficiales de cada diócesis.
Además, a mediodía del sábado 11 de julio, Ricardo Blázquez, Juan María Uriarte, Miguel Asurmendi y Mario Iceta dirigirán en la Catedral Nueva de Vitoria un funeral conjunto por todas las víctimas religiosas de la contienda en Euskadi, pero con un especial recuerdo para los catorce religiosos rehabilitados.
El texto hecho público ayer ha sido posible gracias a las peticiones que en ese sentido les han llegado a los obispos en los últimos años, y especialmente desde que el 28 de octubre de 2007 fueron beatificadas en Roma 498 víctimas de la Guerra, todas ellas muertas en territorio republicano, un gesto no exento de polémica que reavivó los rescoldos de un fuego nunca apagado del todo.
La nota de ayer se sostiene en la bula de Juan Pablo II Incarnationis mysterium y no deja lugar a dudas. Bajo el título Purificar la memoria, servir a la verdad, pedir perdón , Asurmendi, Blázquez, Uriarte e Iceta recuerdan que "centenares de personas fueron ejecutadas, víctimas de odios y venganzas". Por ello, "recordándolas a todas, la presente declaración pretende traer de modo especial a la memoria a aquellos presbíteros que, habiendo sido ejecutados por los vencedores, han sido relegados al silencio".
Se trata de Martín Lecuona, Gervasio Albizu, José Adarraga, José Ariztimuño, José Sagarna, Alejandro Mendicute, José Otano, José Joaquín Arín, Leonardo Guridi, José Marquiegui, José Ignacio Peñagaricano, Celestino Onaindía, Jorge Iturricastillo y Román de San José Urtiaga.
En su carta abierta, los obispos vascos aseguran querer "prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación. No queremos reabrir heridas -continúa el texto- sino ayudar a curarlas o a aliviarlas. Queremos contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos y a mitigar el dolor de sus familiares y allegados".
Los obispos desean "pedir perdón e invitar a perdonar", pues "aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido".
Los prelados piden a Dios "la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resolución de las diferencias políticas y sociales", en una carta cuidadosamente estructurada. En su epígrafe los hechos, el texto recuerda que sólo quedó constancia de la muerte de Martín Lecuona y Gervasio Albizu.
El papel de Mateo Múgica
Tanto ellos como la otra docena de sacerdotes y religiosos fueron reconocidos en la carta abierta Imperativos de mi conciencia , que el obispo de Vitoria en los años treinta, Mateo Múgica, escribió en 1945. El prelado había despertado a la vez las suspicacias de la República y del Franquismo, en sus respectivos albores, y por lo tanto le tocó exiliarse en dos ocasiones.
En la nota hecha pública ayer, los obispos vascos recuerdan que Múgica "sirvió a la Diócesis de Vitoria en una complicada situación que le proporcionó innumerables trabajos y sufrimientos". Efectivamente, Múgica jugó un papel controvertido en la Guerra Civil, y una vez concluida ésta atacó con dureza las ejecuciones sumarias de esos sacerdotes, entre los que había destacados personajes del renacimiento de la cultura vasca.
José Ariztimuño, más conocido como Aitzol , impulsó el bertsolarismo, el euskera y, al margen de su labor sacerdotal, ejerció como periodista y escritor, lo que le llevó a morir fusilado en Hernani el 17 de octubre de 1936. Había sido capturado en un barco que navegaba hacia Bilbao cuando regresaba del exilio francés, y justo antes o después de su muerte se había decretado su libertad.
Según Múgica, "desde Franco hasta el último soldado debieron no matar al Venerable y ejemplarísimo Arcipreste de Mondragón (Ariztimuño) y a otros sacerdotes, sino besar las huellas de sus plantas". Ahora los obispos vascos han recogido el testigo de Múgica en una decisión que tiene en el funeral del sábado su manifestación más palpable. A la misa está invitado "todo el pueblo de Dios y, particularmente, los familiares de las víctimas y los presbíteros de nuestras diócesis".
Según Múgica, "desde Franco hasta el último soldado debieron no matar al Venerable y ejemplarísimo Arcipreste de Mondragón (Ariztimuño) y a otros sacerdotes, sino besar las huellas de sus plantas". Ahora los obispos vascos han recogido el testigo de Múgica en una decisión que tiene en el funeral del sábado su manifestación más palpable. A la misa está invitado "todo el pueblo de Dios y, particularmente, los familiares de las víctimas y los presbíteros de nuestras diócesis".
"Aquella contienda -sigue el texto- provocó muchos muertos, desaparecidos, encarcelados y desterrados. La comunidad eclesial no fue en absoluto ajena al sufrimiento: a numerosos laicos, religiosos y presbíteros les fue arrebatada la vida; muchos otros sufrieron represalias y pérdidas irreparables. Fueron más de setenta los sacerdotes y religiosos ejecutados en la diócesis de Vitoria, en los territorios controlados por uno u otro bando".
(Noticias de Alava. 1 / 07 / 09)