lunes, marzo 16, 2009

EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE FIGUEIRIDO: UNA HISTORIA POR DESVELAR. Artículo de Xose Enrique Acuña (*)

Décadas después de aquella brutal represión que se abrió desde julio de 1936, aun muchas de las sangrientas vicisitudes que se produjeron, en ese año y en los que lo siguieron, se mantienen ocultas u olvidadas víctimas de la desmemoria que se abatió contra los vencidos de la guerra civil. Nos últimos tiempos se asiste a la apertura de fosas que son testimonio de la intensidad represiva y de la impunidad con la que se realizaron los crímenes por parte de las autoridades franquistas. Mientras, en Galicia, una serie de investigaciones están igual la incidir en la geografía de ejecutados y paseados. Son varios ya los enterramientos clandestinos abiertos por asociaciones por la memoria pero, polo número realizado, aun están lejos de acercarse a la inmensa cantidad de actos de ocultación de los cadáveres de fusilados efectuados por las cuadrillas falanxistas y las autoridades militares golpistas. En el caso de la ciudad de Pontevedra, los historiadores se encuentran con muchos problemas para enumerar y localizar una serie de enterramientos, oficiales y para-oficiales, que transmitieron testigos orales e incluso investigaciones en archivos oficiales que, al fin, se están a abrir a la ciudadanía.

La represión del 36 en Pontevedra mantuvo características similares a la perpetrada en otras capitales gallegas. Se ejerció desde lo mismo momento del golpe militar contra la legalidade constitucional republicana mediante la represión directa, en plena calle, contra los hombres y mujeres que quisieron hacer frente al levantamento. ES cuando se producen los primeros muertos en la ciudad. Al poco, llega una etapa en la que las execucións parten de procedimientos sumarísimos por los que son condenados la muerte y ejecutados la práctica totalidad de los líderes republicanos y sindicales de la ciudad. Paralelamente, comienza, apadriñada lo pones ejército, una violencia irregular y semiclandestina ejercida por la tristemente célebre ‘Guardia Cívica’. Dirigida polo médico derechista Víctor Lis, de su responsabilidad directa son la práctica totalidad de los asesinatos, torturas y palizas que se perpetraron sobre la población civil y, en particular, contra los dirigentes obreros y agrarios de la ciudad y comarca. Un proceso represivo que se mantuvo con plena intensidad, cuando menos, hasta marzo de 1937, y que llevó a la muerte a cientos de personas, segundo han acreditado, las investigaciones de Luís Lamela y numerosos testimonios orales y escritos.

Otra etapa del terror ya vendría dada polos sucesos, puramente bélicos, que acontecían lejos de Galicia y la toma de ciudades por parte de las tropas golpistas. Así, con la derrumba de la frente de Asturias, miles de republicanos fueron detenidos y serían conducidos a improvisados penales abiertos por toda Galicia. En la provincia de Pontevedra, fuera del más conocido abierto en la Isla de Sano Simón, una serie de edificios de distinta función se convirtieron en cárceles. Fue el caso de los establecimientos penitenciarios abiertos en el Convento de Oiga o en la Guarda en el Colegio de los Xesuítas de Camposancos. Sobre estos tres penales citados teñense realizado nos últimos años investigaciones y mismo documentais que pusieron a cielo abierto la intensidad represiva de los mismos. Aun así quedan lagunas para desentrañar la inmensa arquitectura represiva franquista en la provincia pontevedresa. Uno de los casos, por comprensibles razones menos conocido, es lo que se refiere al emplazamiento militar de Figueirido en relación con los años en el que fue convertido en un de los más duros y siniestros campos de concentración de presos políticos. Varios cientos de prisioneros ocuparon sus lúgubres barracones, y también cientos perdieron su vida entre sus muros y aramados víctimas de unas más que penosas condiciones de vida al tiempo que, en su contorno de los montes del Morrazo, aun sobrevivían docenas de forajidos de los primeros días del 36. Hoy, la pérdida de tantas vidas humanas en el cuartel de Figueirido, víctimas de la barbarie, no es recordada, en las actuales instalaciones militares, ni con una simple placa a pesar de décadas de democracia.

El complejo de Figueirido había tenido su origen a finales del siglo XIX cuando, en plena guerra contra los Estados Unidos, se proyectó una red de defensa de las costas ante una posible invasión norteamericana. No fue hasta 1924 que tomó forma el cuartel con la instalación nos sus edificios del Regimiento de Artillería Ligero nº 15, mas la instalación vio frenado su desarrollo militar con nuevas disposiciones emanadas ya desde la República.

A La altura de 1936, Figueirido arrastraba una situación de abandono que no evitó que sus noticias pero ya precarias instalaciones pasaran a ser usadas para encarcerar a soldados sospechosos de simpatizar con las organizaciones obreras. Pero no fue hasta 1938 en que el ejército cumple las órdenes de convertirlo en ‘Puesto de Concentración de Sospechosos’ y ceder parte de su gestión interna diaria a las autoridades judiciales golpistas.

Es desde este momento cuando comienzan a llegar hasta Figueirido numerosas expediciones de prisioneros republicanos capturados en regiones fronteirizas con Galicia. La mayoría llegaron por ferrocarril acopiados en vagóns de transporte de ganado después de haber sido trasladados desde Gijón a la Coruña por mar. Desde lo apeadoiro de Figueirido o desde la propia estación de Pontevedra, custodiados por fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército y atados entre ellos, realizaban a pie el camino incluso el monte donde se situaba el campo de concentración y en el que les aguardaba una sucesión de penalidades. La nula calidad de la comida y, sobre todo, la práctica ausencia de agua no hicieron sino generar un cuadro de muertes por desnutrición y enfermedades varias que sitúa la Figueirido cómo uno de los campos de concentración franquistas más duros de Galicia. En este tiempo, la instalación penal militar de Figueirido llegó a superar con amplitude la cifra de mil en presos internados.

No fueron pocos los vecinos de Salcedo, Bértola y Figueirido que, también a pesar de sus penurias, ayudaban a unos presos que, en el caso de los internos de oficio artístico o artesán, ofrecían sus creaciones a cambio de alimentos o tabaco, en muchos casos, a los propios militares. La solidaridad con los penados incluso le costó la vida a un cura actuante en la parroquia de Figueirido, gestor de la recolecta de muchos de los víveres, cuando murió víctima de una caída accidental dentro del incluso cuartel. Recluido en este pavoroso ‘Puesto de Concentración’ estuvo Florentino Trapero, un pintor y escultor que realizó dibujos de sus compañeros presos. Arguelles sería otro de los artistas que plasmó a los encarcerados y de él se conoce una caricatura del paso por Figueirido del filólogo gallego Anibal Otero, también prisionero. Por su parte, en Camposancos, penaron el vangardista catalán Salvador Ortigas, que allí falleció de tuberculoses, y el pintor asturiano Ramón Solares.

La mayoría de los fallecidos en Figueirido, víctimas de las precarias condiciones, eran enterrados, por cercanía, en una fosa común del cementerio de Salcedo y los que eran trasladados por su gravedad al Hospital Provincial de la capital y fallecían, eran en este caso, también enterrados, con el incluso impersoal sistema, en el cementerio de Sano Amaro. Aun así los episodios más duros de la represión relacionados con Figueirido vinieron de mano de las execucións sumarias efectuadas la cuenta de sentencias de consejos de guerra contra republicanos presos en Camposancos y en el incluso cuartel de Figueirido. En la prisión habilitada en la Guarda superaron las doscientas el número de condenas a muerte y de ellas se ejecutaron, como mínimo, 156, la mayoría cumplidas en el pontevedrés malecón de Monte Porreiro.

Desde 1938, una reiterada serie de juicios sumarísimos decimaba la población recluida/reclusa en la Guarda. Allí, los condenados a muerte, después de sesiones en el propio Colegio de los Xesuítas, eran trasladados a la prisión de Figueirido, que quedaba convertida en una especie de ‘corredor de la muerte’ donde los presos aguardaban su traslado a Pontevedra, lugar donde se verificaba su execución. El espacio elegido para los asesinatos siempre era en la Sequía, al lado misma del Lérez, en plena Avenida de Buenos Aires donde fueron pasados por las armas docenas y docenas de presos políticos. Luego de la actuación de los piquetes, los cuerpos eran trasladados a la fosa común del cementerio de Sano Amaro. Mas también en el propio cuartel de Figueirido se realizaron execucións y, en este caso, los masacrados se enterraban en el cementerio parroquial de Salcedo. Episodios que, como todo lo que rodeó a la violencia criminal de la ‘Guardia Cívica’ pontevedresa, tentaron agacharse y echar tirando por lo alto de ellos el olvido. El espacio del cementerio de Salcedo en el que fueron ocultos bajo tierra los presos asesinados fue manipulado con el tiempo y desnaturalizado para evitar una localización futura. No fue ajena la esta estrategia a actitud del entonces párroco de Salcedo. Un cura, ligado en el 36 a los hombres de Víctor Lis, y que siempre iba armado y acompañado de un grupo de matóns, derechistas de la parroquia, apodados “Los Motreros”.

LEGÍTIMO HOMENAJE

Los años de la dictadura, el miedo y la nula colaboración de los posteriores reitores parroquiais hicieron imposible a los investigadores concretar el lugar exacto de la fosa o fosas del cementerio de Salcedo. Mientras el cuartel de Figueirido, ya rematado el conflicto bélico 36-39, mantuvo por un tiempo su carácter represivo dentro de una historia penitenciaria hoy ausente, cual se había sido un centro penal clandestino, de los archivos militares que custodian en la actualidad a memoria de las cárceles del ejército franquista. Se sabe la mayores, que en plena Segunda Guerra mundial, sirvió puntualmente cómo prisión de aviadores ingleses capturados en Galicia. Y hoy, en la Base General Morillo, aún quieta tiempo para que la memoria de los fusilados y muertos en el cuartel de Figueirido tenga el legítimo homenaje la todos los que dieron, como los presos políticos del franquismo, su vida por la libertad y la democracia.

(*) Xosé Enrique Acuña es comisario de la muestra ‘Memorial de la Libertad Represión y Resistencia en Galiza. 1936-1977’.