Casi es mediodía en la localidad de Argantzun y la bruma se resiste a abandonar la llanura alavesa. En la entrada de la calle principal cuelga una pancarta que recuerda el próximo inicio de Korrika. En la plaza central, varios niños y adultos disfrazados celebran los Carnavales al son de Takolo, Pirritx eta Porrotx.
En este mismo lugar, en unos minutos comenzará la Euskal Jaia -bertsos regados con sidra y sazonados con txistorra- organizada por el colectivo Ahaztuak 1936-1977 en respuesta al «insulto» de la convocatoria, a diez kilómetros de allí, en la vecina Trebiñu, de la Falange Española. La cifra de 32 asesinados entre ambos pueblos, a manos del bando fascista, bien se merecería una respuesta.
Los ultras de Ricardo Sáenz de Ynestrillas tenían anunciada su presencia en tierra treviñesa para las 13.00. Media hora antes de la cita dejamos Argantzun y nos encaminamos hacia Trebiñu. A la entrada del pueblo, control de los Grupos Rurales Antiterroristas de la Guardia Civil. «Éstos no van de Carnaval, no», pensamos acertadamente. Tras la obligada identificación, registro del vehículo y somero cacheo, accedemos a pie al casco urbano, pasando por delante del cuartel, donde aguardan algunas dotaciones de antidisturbios.
Mientras una mujer casca avellanas a martillazos, ajena al despliegue policial, varios vecinos entrados en años observan expectantes mientras calientan sus arrugas al sol. Poco antes de la hora prevista, llega al control un autobús de dos pisos, obligado a estacionar en un descampado y del que descienden las huestes falangistas, banderas españolas en mano.
«¡Cuánto cabrón!»
De inmediato, el grupo de unas setenta personas es rodeado por los agentes antidisturbios. Entre gritos de «Unidad Nacional» y «Patria, justicia, revolución», inician a pie su camino hasta el pueblo, guiados por una pancarta que sujeta, entre otros, el mismísimo Ynestrillas.
``Treviño es Castilla. Castilla Salva España'' es el lema de su nueva visita a Euskal Herria -la última, a la capital alavesa-. Enfundados la mayoría en su habitual indumentaria de chaqueta negra, vaqueros claros y zapatos, adornados con gafas oscuras, avanzan a paso lento mientras uno de los vecinos comenta por lo bajo: «¡Cuánto cabrón!».
Entre gritos y banderas españolas, algunas con el yugo y las flechas, arriban a la plaza principal, donde se ubica el ayuntamiento, gobernado por el PP. Al acercarse, se percatan de que en lo alto del erguido campanario de la iglesia, el viento agita una bandera vasca y decenas de banderines de ikurriñas cuelgan de su balconada. «Cura, cabrón, tírate del torreón!», grazna uno del grupo, mientras irrumpen con paso militar en la pequeña plazoleta.
El cordón policial obliga a la prensa y los escasos vecinos presentes a retirarse hasta una bocacalle. «España, España», gritan el entrar. Pero entre la charca de rojigualdas, una ikurriña sobresale, colgada de una ventana. Su pretendida pica en Trebiñu no será completa. «Ikurriña no, española sí», arremeterán contra ella una y otra vez. «¡Todos a una, aupa Osasuna....!». ¿Hemos oído bien? «¡Todos a una, puta Batasuna!», aclaran esta vez con voz más nítida. «¿A esto han venido?», se pregunta un joven que observa al otro lado de los antidisturbios, mientras tiene que aguantar unos vivas al coronel Tejero.
Son las 13.15 y entre gritos de «Menos manos blancas, más mano dura» y «Vasconia, española y cristiana», Ynestrillas se desprende de su negra chaqueta y toma la palabra desde un atril, bajo el pórtico parroquial. «Buenos días, gracias por haber venido a este pedazo de Castilla...».
A partir de ahí, que si «hemos venido a ayudaros a meditar, reflexionar y decidir» -y eso que aquí no les dejan votar-, que si «enardecido público venido de Vasconia», que si «compatriotas treviñeses os he echado de menos», que si «hemos venido a transmitir un mensaje de fe y esperanza»... «¡Trebiño Araba da!», responde desde el otro lado uno de los escasos jóvenes del pueblo, reunidos para ver el inusual y colorista espectáculo.
Cuarenta minutos después del bla, bla, bla y de una impagable lección de anacronismo histórico, el orador finaliza con un enardecido «¡Arriba España!», jaleado por sus adoctrinados cachorros. «Mira, aquel es igual a Torrente» o «ése tiene el bigote como el tabernero de Aída», bromean una y otra vez, a varios metros de distancia, los jóvenes congregados, mientras, separados por varios agentes, no les quitan ojo los miembros de la «guardia pretoriana» del ultraderechista Ynestrillas.
A por la ikurriña
Por si sus cuarenta minutos no hubieran sido suficiente para aleccionar a los suyos y a sus «camaradas treviñeses», ahora es Manuel Andrino, jefe territorial de la Falange en Madrid, quien toma la palabra para seguir con el bla, bla, bla y ensañarse con «esa basura de bandera que se llama ikurriña». La tienen entre ceja y ceja.
Son las 14.10 y, por fin, acaba la pantomima. El obligado «¡Arriba España!», brazos en alto, da paso a otro momento impagable de la tourné fascista, el ``Cara al sol'' que Primo de Rivera compuso como una «canción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor». Los sones del himno español a través de la megafonía ponen la «carta de ajuste» al atardecer... o eso es lo que parecía.
De entre las banderas rojigualdas se escucha otro grito: «¡Vamos a quitar esa bandera guarra!», señalan a la solitaria ikurriña. «¡Guarra será tu puta madre, cabrón!», les responde de inmediato al otro lado del cordón policial un joven apoyado en una vara de avellano.
Los falangistas intentan formar una torreta humana para alcanzar la enseña vasca y hacerla claudicar. Pero los agentes se lo impiden. «Haced la vista gorda», les piden. Pero se tienen que resignar a irse sin su odiado trofeo de guerra. «¡Hala, a chupársela por ahí!», les espeta otro joven treviñés entre risas.
La comitiva fascista vuelve por donde ha venido, fuertemente escoltada. Por el camino siembran farolas y canalones de pegatinas rojigualdas, que dos jóvenes del pueblo van quitando casi hasta el mismo autobús. Son las 14.30. El autobús arranca. Todavía llegan a tiempo de ir a ver el Real Madrid-Espanyol.
(Gara. 1 / 3 / 09)