Cuando pequeño solía visitar a mis abuelos paternos en un pueblecito de Zamora. Allí conocí a Águeda, una anciana socialista represaliada de la Guerra Civil. En el pueblo, en voz baja, decían que un grupo de falangistas la habían violado durante la guerra. El jefe de la cuadrilla era el farmacéutico, por aquél entonces aún en activo. Eran los años 70. La mujer siempre me decía: «Ay, hijo, lo que más me pena es que voy a morir antes que el cabrón de Franco».
Pero Franco murió y llegaron las elecciones municipales en el 79. Cuando los socialistas fueron a presentar candidatura se encontraron con una candidatura socialista ya inscrita. El primero de la lista era el director de la Caja de ahorros, un sinvergüenza que tomaba café con el cabo, el alcalde, el cura y el farmacéutico.
Ese agosto, más triste que nunca, me confesaba: «Ay, hijo, lo que más siento es no haberme muerto antes que Franco, para no ver a sinvergüenzas al frente del partido. Nos robaron la vida y ahora, estos malditos, nos están robando los ideales».
A día de hoy a los de ese pueblo zamorano también les quieren hurtar la memoria. Las calles del pueblo siguen llevando los nombres de José Antonio, Franco, Mola, Sanjurjo y Calvo Sotelo.
La Carta de Londres de 1945 fijó los principios y procedimientos por los cuales se rigieron los Juicios de Núremberg contra los crímenes de guerra nazis. Son «crímenes contra la humanidad» los asesinatos y otras agresiones contra cualquier población civil o las persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos. La Asamblea General de las Naciones Unidas confirmó esos principios y definió como genocidio la «negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros», entre ellos los «raciales, religiosos o políticos».Los crímenes de guerra no prescriben «cualquiera que sea la fecha en que se hayan cometido». No hay amnistía posible para quienes los cometieron.
Por eso, el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, el moderno TOP, define las atrocidades del franquismo no como crímenes de guerra, sino como delitos comunes, que puede cometer cualquiera. Por eso está siendo derruida la cárcel de Carabanchel, para borrar el recuerdo de tantos antifranquistas encarcelados; al tiempo que se sigue restaurando el Valle de los Caídos por Dios y por España, para que no nos olvidemos y aceptemos de buen grado a quienes ganaron la guerra.
Así, la Falange se pasea por Gasteiz protegida por la Ertzaintza mientras que la republicana ANV está ilegalizada. Por eso este Estado al que algunos llaman España y sus gobernantes del PPSOE provocan la náusea.
Setenta años después, hijos y nietos de franquistas siguen en el poder económico y político mientras hijos y nietos de los asesinados siguen escarbando en fosas y cunetas.
Hoy domingo se realiza un homenaje a Maravillas Lamberto Yoldi y a otros 45 asesinados en Larraga. Hoy los hombres de azul que arrebataron sus vidas siguen gobernando Nafarroa, aupados por los sinvergüenzas que robaron los ideales de vida a Águeda y la memoria de los que en Larraga murieron defendiéndolos.
(Gara. 26 / 10 / 07)