Pretendía escribir en un muro “Pan, Trabajo y Libertad”, pero sólo llegó hasta “Pan, T”. Las balas detuvieron las palabras. Javier Verdejo, militante de la Joven Guardia Roja (cantera del ya extinto PTE, Partido del Trabajo), estudiante de Biología de la Universidad de Granada, de 19 años de edad, murió en la oscuridad de una playa almeriense donde trataba de esconderse de la Guardia Civil, en la madrugada del 13 al 14 de agosto de 1976. Su recuerdo, que en los años inmediatamente posteriores mantuvo con vida la izquierda andalucista, prácticamente ha desaparecido. Hijo de un alcalde franquista, militante de un partido ya extinto, la leyenda de Verdejo se redactó con la tinta con que se escribe sobre personajes malditos.
Treinta y dos años después de su muerte contrasta la total falta de actos conmemorativos con los unánimes tributos a Blas Infante, fusilado en agosto de 1936 y elevado al rango de Padre de la Patria Andaluza por el Parlamento hace 25 años. “Fue una muerte sorprendente por la imagen de dureza de la represión que transmitió”, afirma Antonio Checa, profesor de comunicación en la Universidad de Sevilla y profundo conocedor de la Transición andaluza. “Esto convirtió al muchacho en un símbolo”, añade. El antropólogo Antonio Zoido, ex-dirigente del PTE, lamenta la pérdida de la memoria sobre éste. “Sigue siendo un símbolo”, afirma.
Sin continuadores
¿Pero quién recogió aquella herencia? Su muerte reunía todas las características para forjar un mito duradero: un joven de izquierdas caído a manos de la Guardia Civil mientras pedía pan, trabajo y libertad en el contexto de máxima tensión política y social de la Transición. Verdejo dejó a medias en un muro del callejón de San Miguel una frase que exigía continuadores morales. Hoy ese muro ha sido derribado, y allí hay una urbanización. De la palabra y media que escribió Verdejo no queda nada. Los escasos testimonios de lo que representó quedan apenas en un puñado de dedicatorias artísticas, entre las que destaca un poema de Rafael Alberti, una canción de Pepe Sorroche y las acuarelas de Jorge Castillo.
Antonio Checa ofrece una explicación muy prosaica sobre la pérdida de protagonismo de Verdejo en el imaginario de la izquierda andaluza: “No ha habido una estructura detrás que mantuviese a Verdejo como un héroe”. “Nada, nadie lo recuerda”, resume Diego Cervantes, ex concejal de IU en Almería. A juicio de Cervantes, en cambio, en este olvido colectivo tiene más que ver la idiosincrasia “apática” de la ciudad de Almería que cuestiones de estrategia política.
“El entierro sí fue impresionante. Y durante unos años hubo homenajes. Pero nada más. Aquí la gente es muy dada a olvidar”, afirma. Fernando Martínez, ex- alcalde socialista de Almería que encabezó la iniciativa para poner el nombre de Verdejo a una calle, sostiene que “debería ser un mártir de la democracia”. Martínez admite que la actitud de su familia tras los hechos —no denunciaron— contribuyó a que se convirtiese en una figura difícil de abordar para la izquierda, pero no considera que sea un mito incómodo. “No más que los demás muertos en similares circunstancias. Creo que la democracia debe un reconocimiento a todos ellos, no sólo a Verdejo. Aquí en Almería los que fuimos antifranquistas sí lo recordamos, pero era muy difícil que el recuerdo llegase a toda Andalucía”, afirma.
Mínimos reconocimientos
Los reconocimientos han sido mínimos: la calle y, con motivo de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, una indemnización de 135.000 euros, como corresponde a los parientes de los fallecidos entre 1968 y 1977 “en defensa de la democracia”. La familia expresó a los medios locales su intención de entregar el dinero a una obra benéfica, al tiempo que lamentó la politización de la figura de Javier. Ha sido una de las pocas ocasiones en que han roto su silencio. “Nunca han querido remover demasiado aquellos hechos. Es respetable”, explica Diego Cervantes. “Ellos tomaron una actitud muy particular, que todos respetamos, pero con la que evidentemente se puede no estar de acuerdo”, remacha Martínez.
El padre, alcalde franquista
El padre de Javier, Guillermo Verdejo, fue alcalde de Almería durante el franquismo. Tras la noche de autos, nadie de su familia denunció, por lo que las diligencias se cerraron con una controvertida versión oficial que eximía de toda responsabilidad a la Guardia Civil. La acusación popular no era moneda corriente. Caso cerrado. Movimientos políticos como el PTE, hasta su extinción, o Nación Andaluza han puesto siempre en cuarentena la narración del Instituto Armado. Según su informe, todo fue un desgraciado accidente, un simple tropezón. Un agente descubrió al joven pintando con un spray un lema político y Javier y sus acompañantes salieron corriendo. La versión oficial sostiene que el agente dio el alto, pero no pararon. Entonces el agente “tropezó y su arma, un Z-62, se le disparó causando la muerte de uno de los que huían”. Ni víctimas, ni verdugos. Un relato que metaforiza en parte el espíritu de la Transición.
“Días después, cuando visitamos una caseta de baño de la playa, era como si hubieran abierto la puerta y hecho muchos disparos, porque la pared de atrás estaba llena de sangre”, afirma Antonio Zoido. El abogado Ernesto Díaz, que durante años mantuvo el interés por la cuestión llegó a enviar muestras a un laboratorio de Madrid, pero el resultado del análisis no llegó a conocerse por el archivo de las diligencias debido a la falta de denuncia. El guardia civil que disparó fue retirado del Cuerpo. En Almería es convicción asentada que la muerte de Verdejo constituye un caso sin resolver. El que entonces era gobernador civil de Almería, García Calvo, recientemente fallecido, ha sido duramente criticado por cómo gestionó el asunto.
Represión de García Calvo
García Calvo (que luego fue uno de los jueces exponentes de la corriente más conservadora del Constitucional) contuvo las expresiones de rechazo a la versión oficial. Los actos de protesta fueron fuertes. “Incluso se intentó arrebatar el cadáver a la familia”, recuerda el ex alcalde Martínez. “Luego la cosa se fue calmando. Pero al principio todo el movimiento antifranquista se echó a la calle”, añade.
Las autoridades, nerviosas ante la salida de la izquierda de las catacumbas, activaron las alertas. Y ahí el papel de García Calvo fue esencial, como señaló Martirio Tesoro, hija de un dirigente socialista almeriense, a Público el pasado 30 de septiembre: “El gobernador llamó a mi padre para advertirle del riesgo que supondría acusar a un guardia civil sin pruebas, ya que en las octavillas se hablaba de asesinato”. Si lo que García Calvo buscar era impedir que se convirtiera en un símbolo y que se completara la frase que quedó escrita a medias en la pared, logró sobradamente su objetivo.
(Público. 16-08-08)