El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República. Y lo primero que queremos recordar hoy, aniversario de su proclamación, es que nació en paz y con voluntad de paz. Por primera y única vez en la historia del estado español, un sistema político surgía exclusivamente como resultado de la voluntad popular, pues la Segunda República no fue hija de una guerra, ni del pronunciamiento del general de turno. El Pueblo tomó las calles en capitales, en pueblos, en ciudades grandes y pequeñas... Eibar entre ellas.
La República, con sus aciertos, sus errores y sus contradicciones, con su conflictividad social y su inicio de participación social recién estrenada, fue un sistema mucho mejor que el que le precedió y que la brutal dictadura fascista que acabó con ella. Los que reclamamos su memoria no la idealizamos, pues sabemos que no fue perfecta, pero sí sabemos que al analizar sus pros y sus contras el peso de la balanza cae del lado de la Democracia y de la posibilidad de, desde ésta, ir construyendo la justicia. Durante la Segunda República miles de personas por primera vez en sus vidas, vieron una película o una obra de teatro oyeron un concierto, tuvieron un libro en sus manos. En el tiempo que duró se produjeron grandes avances hacia la igualdad entre hombres y mujeres, haciendo verdaderamente universal el derecho al voto, se aprobaron leyes que permitían el matrimonio civil y el divorcio, se dieron pasos hacia el reconocimiento de las demandas nacionales de Euskadi y Catalunya, se trató de limitar el excesivo poder de la Iglesia y el Ejército y se implantó una nueva legislación laboral... Se reconocieron, se respetaron y legalizaron todas las ideas, los derechos civiles y políticos básicos, esos mismos que aun siguen siendo reivindicados actualmente en las calles de Euskal Herria.
La República, por todo ello, fue sobre todo un tiempo de esperanza, un tiempo en el que millones de hombres y mujeres participaron en la vida pública. Esto fue lo que hizo posible que cuando en 1936 los militares golpistas intentan asaltar el poder no se encuentren con súbditos pasivos que aceptan la imposición, sino con una resistencia popular frontal, teniendo para vencerla que llenar de sangre los pueblos y las cunetas, de presos las cárceles y los campos de concentración y teniendo que llamar en su ayuda a los otros fascismos europeos.
Tras cuarenta años de una dictadura que nació y murió matando, llegó la Transición a una nueva monarquía y con ella la aceptación por parte de los que se denominaron «demócratas» de una lectura del golpe fascista y de la dictadura que equiparaba a los defensores de la voluntad popular, de la legalidad republicana, a los sublevados, y que repartía las culpas por igual «entre los dos bandos». La renuncia a la justicia en nombre de los intereses de las fuerzas políticas. Y planeando sobre todo ello el miedo -a menudo inducido desde los que gestionaban el «cambiar algo para que todo siga igual» que fue la Transición- a una involución, al ruido de sables que era lo que -tras el intento de desterrarlo para siempre que había supuesto la República- seguía formando parte de las armas políticas de esos sectores, de esos poderes llamados «fácticos», por más que fueran y sean tan reales.
En los últimos años desde las instituciones se han puesto en marcha distintas medidas de «reconocimiento» a las víctimas de la dictadura. En gran parte de los casos esas medidas han sido diseñadas y gestionadas por políticos que, por una parte, en la práctica dan por válida la legislación del régimen anterior y, por otra, están más interesados en la campaña electoral más próxima o, incluso, en el inmediato titular de prensa que en hacer verdadera justicia. Claro ejemplo de lo primero es todo lo relacionado con la Ley de Memoria Histórica del Gobierno PSOE, incluido el hecho de que aún siguen vigentes las sentencias dictadas por los tribunales franquistas. De lo segundo, lo que se refiere a las medidas de reconocimiento puestas en marcha por el Gobierno vasco a partir de 2002. La gestión del aspecto económico de este reconocimiento ha sido desastrosa y en los homenajes a las víctimas éstas han sido relegadas a un segundo plano, convirtiendo estos actos en una parte de las campañas de marketing.
Y en medio de todo nosotros, las personas pertenecientes a los trece grupos y asociaciones que formamos parte de Lau Haizetara Koordinakundea, estamos unidos a esas víctimas, por la sangre y por las ideas. Unidos por el rechazo que nos produce que pretendan utilizarlas, ningunearlas, supeditar sus derechos a intereses políticos coyunturales. Desde esa unión es desde donde hoy recordamos la II República, porque reivindicamos lo que esencialmente fue: voluntad popular. Nos sentimos republicanos porque no queremos ser súbditos, porque queremos que las decisiones que nos afectan no se tomen sin contar con nosotros. Porque queremos poder decidir todo lo que concierne a nuestra existencia personal y colectiva, con total libertad y sin la amenaza de la fuerza o la imposición para coartar lo que decidamos. Porque queremos que, comenzando por todo lo que afecta a las víctimas del franquismo, no se decida sin contar con nosotros.
Eso es lo que somos. Eso es lo que queremos ser. Para proclamarlo a los cuatro vientos y defenderlo estaremos también mañana en la Plaza Unzaga de Eibar. Allí os esperamos.
Gora Errepublika! Gora Euskal Herria! Gora Herri borondatea!
(*) Junto con Martxelo Alvarez (Ahaztuak 1936-1977), firman este artículo, en representación de Lau Haizetara, Kepa Bereziartua (ANV), Juan Ramon Garai (Debagoienako Fusilatuen Senideen Batzordea), Manu Sainz (Geureak 1936), Gotzon Garmendia (Oroituz-Andoain).