Hace hoy setenta años tuvo lugar la mayor matanza producida en Álava durante toda la Guerra Civil. El 21 de octubre de 1936, diecisiete campesinos de Elosu, un pueblo del municipio de Villarreal, fueron asesinados a sangre fría. Esta masacre sólo es comparable, desde el punto de vista numérico, a otro masivo y salvaje asesinato, el que segó la vida en Azázeta a 16 personas (entre ellas el alcalde de Vitoria), el 31 de marzo de 1937. Pero, a pesar de que 2006 ha sido declarado Año de la Memoria, no se ha previsto ningún tipo de recuerdo de las víctimas cuyo aniversario se cumple hoy. Esta ausencia resulta especialmente llamativa, puesto que se están conmemorando un sinfín de acontecimientos que tuvieron lugar en 1936. Por ejemplo, el diputado general de Álava, Ramón Rabanera, del PP, organizó hace un mes un sentido homenaje al presidente de la Gestora de la Diputación republicana, Teodoro Olarte, asesinado en septiembre de 1936. Fue -como reconoció el secretario de los socialistas alaveses, Txarli Prieto, y recordó Antonio Rivera en EL CORREO (29-9-2006)- un gesto valiente, contrario incluso a la actitud adoptada por otros miembros del PP. Para estos días está prevista también la inauguración de un monumento en memoria de los fusilados en Hernani en el otoño de 1936, al que hacía referencia el Gobierno vasco en su Plan de Paz y Convivencia aprobado en abril.La razón de que las víctimas de Elosu, cuyo aniversario se cumple hoy, se hayan quedado sin ningún tipo de recuerdo es bien sencilla: pertenecían al bando equivocado, pues se trataba de labradores carlistas, que fueron fusilados por milicianos procedentes de la zona republicana. Incluso la prensa franquista de la época silenció el hecho, puesto que no interesaba resaltar la debilidad de sus defensas, en una zona tan próxima a Vitoria, y la matanza quedó prácticamente en el olvido, hasta el punto de que ni siquiera se mencionaba en las obras que algunos historiadores publicamos sobre la guerra en Álava, a partir de los años ochenta. Recientemente, estos asesinatos han sido mencionados en varios libros, que añaden que la matanza pudo también tener que ver -como sucedió a menudo en ambos bandos- con venganzas personales y familiares.Y es que, aunque existieron importantes diferencias de fondo entre los crímenes cometidos en las dos zonas, hubo también algunos paralelismos, como la inocencia (un concepto difícil de calibrar desde el punto de vista histórico) de muchas de las víctimas. Así, el mismo día que Olarte fue asesinada Columba Fernández, la única mujer víctima de la violencia franquista en Álava, cuyo único delito era ser de ideología anarquista. Sin embargo, no fue la única fusilada en Álava durante la guerra. En Amurrio, en zona republicana, fue asesinada una niña de trece años, cuyo único delito era ser hija de un militante derechista local. También hubo quienes murieron víctimas de su propio bando, como fue el caso de un dirigente republicano alavés que fue asesinado en la España republicana, cuando intentaba salvar de la muerte a una persona a la que iban a pasear; o de los sacerdotes nacionalistas vascos asesinados por extremistas en la Euskadi autónoma, que no son incluidos en el martirologio nacionalista, como en su momento no lo fueron en el franquista.Además, casi ha desaparecido de la memoria colectiva el hecho represivo más sangriento de la Guerra Civil en el País Vasco, que tuvo lugar el 4 de enero de 1937, día en que al menos 224 personas fueron asesinadas en el asalto a varias cárceles de Bilbao. Para hacerse una idea de la brutalidad de este hecho basta indicar que en él murieron más personas que el total de fusilados en la Álava franquista durante los tres años que duró la guerra. El número de asesinados en el asalto a las cárceles supera asimismo -según los datos que barajan actualmente las investigaciones serias- al de muertos en el bombardeo de Gernika, que sin embargo sigue siendo el acontecimiento más conocido de la guerra en el País Vasco. En un gesto que le honra -pues es único en toda la guerra en ambos bandos-, el Gobierno vasco de 1936 tuvo la valentía de reconocer su responsabilidad, al no garantizar la seguridad de los detenidos, y de procesar a los culpables. Es de esperar que el actual Gobierno vasco siga el ejemplo de sus predecesores y organice, el próximo 4 de enero, algún tipo de acto en memoria de esas víctimas. Si no es así, cabría concluir que lo que interesa no es la verdadera memoria histórica, sino sólo una memoria sesgada, políticamente correcta y volcada en obtener réditos electorales de aquella tragedia.Alguien podría alegar que las personas asesinadas en la zona republicana no merecen ningún recuerdo, porque -a diferencia de las otras- no murieron en defensa de la legalidad constitucional. Esto último es cierto, aunque también lo es que muchos de los asesinados en la zona franquista, a diferencia de Teodoro Olarte, no se habían distinguido precisamente por su defensa de la legalidad republicana y eso no justifica, en ninguno de los casos, su asesinato. El emocionante homenaje a Olarte fue un acto de justicia, que ha tardado demasiado tiempo en llegar, y que hay que hacer extensible a todas las víctimas de la dictadura, incluso aunque muchas de ellas no fueran demócratas. Sería de desear, no obstante, que estas iniciativas recordaran a todas las víctimas de la guerra. En caso contrario volveríamos a caer -como por desgracia ya está ocurriendo- en el mismo maniqueísmo de la dictadura franquista, pero en sentido contrario. Ello supondría, como ha señalado el historiador Enrique Moradiellos, volver «a las andadas de la generación de los abuelos: los muertos como arma arrojadiza de legitimación propia y demonización ajena».Además, esta actitud es apoyada mayoritariamente por la ciudadanía, como demuestra una encuesta del CIS (organismo nada sospechoso de ir contra la política del Gobierno), de noviembre de 2005, que indicaba que el 72,9 % de los ciudadanos quería que la reparación a las víctimas de la guerra debía ser para ambos bandos. La verdadera memoria histórica, el mejor homenaje a las víctimas del franquismo, es el conocimiento y el reconocimiento de la verdad de los hechos. Debemos evitar construir una historia revanchista, tan parcialmente mentirosa como la que se contaba durante los cuarenta años de la dictadura de Franco y que repiten todavía hoy los llamados historiadores revisionistas, que también se fijan sólo en los crímenes de un lado, del otro lado. Tal y como señalaba en 'El País' (25-2-2006) Pedro Ugarte (uno de los pocos que se han atrevido este año a resaltar contra corriente la manipulación a que se está viendo sometida la memoria histórica), «habría que pensar también en todas esas personas violentamente borradas de la Tierra. ¿No merecen su monumento? ¿Quién supone que su dolor es menor al de los otros? ¿Cuál es el baldón que supone morir, a cuenta de los caprichos de la historia, en el bando equivocado?».
(Artículo de opinión publicado en la edición de Alava de "El Correo Español-El Pueblo Vasco" del domingo día 21 de Octubre de 2006)