Sólo vivió 23 años, pero la figura de Txabi Etxebarrieta ha sido resaltada en los 40 transcurridos desde entonces por gentes tan dispares como Jorge Oteiza, Mario Onaindia o Julen Madariaga. Uno de sus compañeros de militancia más próximos, Goio López Irasuegi, dejó una frase para la historia: «Txabi fue el primero que mató y el primero que murió». Pero fue además mucho más que eso.
Pese a su temprana muerte, Etxebarrieta, licenciado en Económicas por la Universidad de Deusto, había dirigido ya para entonces la V Asamblea de ETA, en la que él mismo definió conceptos como el de «pueblo trabajador vasco», totalmente novedosos. Había redactado también los manifiestos de la organización de cara al 1 de Mayo o al Aberri Eguna.
Pese a su temprana muerte, Etxebarrieta, licenciado en Económicas por la Universidad de Deusto, había dirigido ya para entonces la V Asamblea de ETA, en la que él mismo definió conceptos como el de «pueblo trabajador vasco», totalmente novedosos. Había redactado también los manifiestos de la organización de cara al 1 de Mayo o al Aberri Eguna.
Aquella V Asamblea pasa por ser uno de los momentos políticos claves en la historia del país, según reconocen historiadores de todas las tendencias. Y el papel de Etxebarrieta en la misma también ha sido elogiado por personas tan poco sospechosas como Patxo Unzueta, entonces compañero de militancia y hoy periodista y columnista de ``El País''. En ``Los nietos de la ira'' (1988), Unzueta escribe que «como presidente y moderador de la reunión, mantuvo una actitud sensata y equilibrada (...) Hay que recordar que Txabi Etxebarrieta era un hombre muy culto para su edad, al que no le resultaban extraños los debates sobre la `nueva izquierda europea' que por entonces estaban de moda (...) Tampoco se puede decir que, en esta época, su visión del nacionalismo fuese de tal tipo que ignorase o despreciase lo que ocurría en el resto del Estado».
Mario Onaindia, que comenzó en ETA y acabó en el PSOE, cuenta en sus memorias que había sido captado por Etxebarrieta y explica qué es lo que sintió al conocer la noticia de su muerte en Benta Haundi: «Me invadió una enorme e incontrolable sensación de orfandad». Aunque el fallecido Onaindia apunta en el libro que él ya dudaba del camino emprendido por la organización en aquel momento, «por encima de estos sentimientos estaba el hecho de perder un amigo». «Estaba claro que nuestra vida estaba plenamente determinada por aquella muerte y ya no teníamos posibilidad de marcha atrás. Sería una traición», escribiría Onaindia 33 años después.
Para los suyos, Txabi Etxebarrieta fue un líder nato. Incluido para su hermano mayor, José Antonio, de cuya mano hizo toda su carrera política. El abogado escribió a su muerte que «su ausencia es un vacío que, sin vergüenza, sólo podemos llorar. Ciertamente -a pesar de sus aparentes pocos años- Txabi era un líder, y, lo que es más, era un líder simpático. No por cálculo o por querer hacerse agradable. Txabi era simpático porque era profunda, intensamente humano». Lo mismo reflejaba Jokin Gorostidi, con quien iba a encontrarse en Beasain cuando fue tiroteado: «Era un gran militante, un gran revolucionario, un verdadero líder. Conectaba con la gente enseguida, y con los compañeros era cariñoso hasta en los peores momentos». Y el historiador José María Lorenzo Espinosa resalta que su final conmocionó a todos, desde el PNV hasta CCOO.
Su incorporación a ETA se sitúa ya en 1962, aunque hasta cinco años después no tendría que optar por la clandestinidad. Entre tanto, el joven Etxebarrieta desarrolló todas sus inquietudes no sólo políticas, sino también culturales. Leía con fruición a Dostoyevsky, Whitman, Neruda, Baudelaire, Otero, Shakespeare, Ibsen... En las tertulias de los cafés de Bilbo, en pleno renacimiento cultural vasco, compartió debates con gentes como Jorge Oteiza o el poeta Blas de Otero. El escultor no ocultaría su conmoción por los hechos de Tolosa: «Sacrificado en Benta Haundi, el primero de nuestra última Resistencia», escribió Oteiza. «Con la foto del periódico en las manos, lo veía nublado, diferente, no podía entender que lo habíamos perdido para siempre, que lo habíamos perdido todos. Cuando suba a Arantzazu el 1 de noviembre, tengo decidido que pondré en lo alto, en el regazo de la Madre, al Hijo muerto, mirando al cielo, gritando, hablando, no lo sé...».
El encarcelamiento de José Antonio, acusado de pertenecer a EGI, cuando el hermano pequeño sólo tenía 16 años, fue inevitablemente uno de los impulsos para que Txabi adoptara un compromiso político de tal nivel. Otro se lo proporcionó el conflicto laboral de Bandas, la fábrica vizcaina de la que fueron despedidos 564 trabajadores. Pero eran además los meses del Che Guevara, de Cuba, de Vietnam, de Argelia, de Mao, de mayo de 1968... cuestiones todas ellas que el joven estudiante de Económicas absorbió como una esponja.
Todo ello moldearía su decisión de optar por la lucha, incluida la armada, y hacerlo con todas las consecuencias. Un militante anónimo de ETA recu peraría una frase suya en la publicación ``Iraultza'', fechada en noviembre de 1968: «Si todos nos quedáramos en casa, a la espera de un cambio, el pueblo moriría (...) La libertad no vendrá de por sí, si nosotros no la impulsamos (...) Creo que llegaré a los 25 años, quizás también a los 30, pero no me moriré en la cama».
(Gara. 07 / 06 / 08)